La cuestión de la mentira política es clásica, se comenta con demasiada frecuencia, es tan reiterativa que parece lo más natural que los políticos mientan para atraer a sus votantes. Se acepta incluso en los tribunales privados donde se permite al acusado callar, que es una forma de mentir en defensa propia.
Se expone innumerables veces la paradoja del mentiroso atribuida al filósofo griego Epiménides del siglo VI antes de Cristo, al que se le ocurrió afirmar que todos los cretenses eran mentirosos y lo cierto es que él era cretense. Han pasados siglos y sigue sin poder averiguarse si decía la verdad y entonces era mentiroso pues todos los cretenses lo eran o bien no era así y, por tanto, lo afirmado era verdad. Parece que Crisipo, de la escuela estoica dedicó tres volúmenes a resolver el dilema. También San Agustín estudió la contradicción y hasta el momento nadie ha encontrado la solución.
Platón trató extensamente la cuestión de la mentira política y según el profesor Gustavo Bueno, mentir es necesario para dirigir y organizar un colectivo social, recordando que el filósofo Diodoto se dirigía a los atenienses diciéndoles que le votaran aunque les engañaría. Pensaba que no era posible beneficiar a los ciudadanos con la verdad por delante. Planteamiento muy alejado de la realidad.
Se sabe que un importante político mexicano mantuvo que la Virgen de Guadalupe no se apareció al indio Juan Diego sino que ya aparecía grabada diecinueve siglos antes en la capa de una gran personalidad mejicana, negando así su origen español. Al Conde Lucanor se le atribuye una frase un tanto hipócrita: antes mentiras que parezcan verdades, que verdades que parezcan mentiras. Se ha llegado a decir que el pueblo es hielo ante las verdades y fuego ante las mentiras.
Es evidente que la mentira se difunde deliberadamente en política se predetermina y se estudian sus resultados. Va penetrando subrepticiamente y termina por prevalecer convertida en aparente verdad. Se utilizan con frecuencia los libelos difamatorios que degradan con total inmoralidad a los adversarios y en los tiempos de elecciones proliferan las mentiras llamadas de traslación, traer al presente hechos históricos para obtener réditos electorales.
Se ha dicho que en el siglo XX la mentira ha entrado en la fase del consumo masivo .Se va estableciendo la costumbre de contestar a una pregunta relatando hechos ajenos a la cuestión planteada. El general De Gaulle cuando le preguntaron por las actuaciones de Francia en la segunda Guerra Mundial se refirió al comportamiento excelso de Juana de Arco.
La paradoja del mentiroso no ha podido resolverse .Se volvió a ella cuando se creó el primer ordenador en el año 1947.Dos estudiantes de la Universidad de Harvard y un equipo de investigadores pidieron a la máquina recién descubierta una solución de la cuestión presentada por Epiménides, la pantalla osciló sin dar ninguna solución. Con posterioridad Kurt Gödel, el gran matemático creador del complicado teorema de la” incompletitud”, estudió la paradoja sin conseguir respuesta congruente.
Algún escritor español ha manifestado que los gobernantes de hoy son como los cretenses, mienten y siempre hay que rechazar sus promesas como verdaderas. Ya lo dijo claramente Tierno Galván al manifestar que las promesas electorales están para no cumplirse.
Se ha hecho de la mentira una necesidad para obtener el triunfo político, pero no hay que engañarse, muchos ciudadanos saben apreciar la verdad y deciden sus apoyos. Lo estamos advirtiendo en estos momentos: no se han admitido las inconsistencias oficiales sobre los datos de la pandemia, ni las contradicciones tan abundantes en relación a los socios políticos.
En general los españoles consideran que la mentira descalifica al mentiroso. Lo mismo sucede con los planteamientos nacionalistas. Es mentir decirle a un pueblo que es superior al resto de las otras naciones, rescatando antiguas guerras y personajes de relieve que entonces apenas tuvieron interés. Según el filósofo Karl Popper, promover la desigualdad, arrogarse la superioridad de un pueblo es mentir y solo pretende el mantenimiento de los privilegios de unos pocos sobre el conjunto de un colectivo, pero lo único que llega a conseguir es “la paz de la resignación”. Los ciudadanos son inteligentes.
La autora es Académica Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación