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Ser un buen profesional es preciso. En todos los aspectos, no sólo en el estrictamente pecuniario. La profesionalidad se define como esa “característica de las personas por las que éstas desempeñan su trabajo con pericia, seriedad, honradez y eficacia”.

Sucede que la querencia por el estereotipo nos pierde a todos, aunque es verdad que más a los unos que a los otros. El castellano es serio y el andaluz, alegre. Por ejemplo.¿Y el extremeño? Dicen las malas lenguas que es un poco “bellotero”. Ha sido ponerse la cosa enrevesada (Guardiola and compañía) y aparecer un montón de crónicas escritas con ese aire de “te lo dije, te lo dije …” en referencia a la manera de funcionar en esta tierra. De forma implícita, eso sí. Lastima de quienes, debiendo saberlo previamente, no lo intuyeron. Ignorando que, en ocasiones, hay que hacer lo contrario de lo que se espera de nosotros. Y remar contracorriente, para poder alzarse ante propios y extraños. Aunque el pueblo llano siga con lo suyo, que lo que ocurre parece solo cosa de señores (y señoras) despistados y equivocadamente “enaltecidos”. Poca o nada es la desilusión porque hace tiempo que ha caído en picado la esperanza.

¿Por qué van a tenerla si todo es tan igual a lo de siempre? Esta clase política que parece entretenerse mirándose el ombligo, al igual que hace décadas, cuando los diputados montaban en carruajes para ir a Madrid y volvían cada tres o cuatro meses. Décadas en las que los electos conseguían un escaño por ser de una determinada familia, tener unos dineros, una alcurnia, una casa solariega. Que había que defender. ¿El resto? El resto a sus asuntos. Aquí no hubo revoluciones. En sitios como Extremadura no existieron, pues se pagó con sangre algún que otro conato. Será por eso que asistimos continuamente a lo que yo llamo las duermevelas, esos tiempos en los que pareciendo que la gente está despierta, está medio dormida. Y no se entera. En el fondo todo lo que ocurre aquí es una perfecta declaración de principios, solapada entre mensajes rimbombantes o rebuscados casi nunca a favor de Extremadura y sus habitantes. Dicen que somos pocos, ¡mujeres a parir!

En política a algunos les importan los dineros y luego, ya lo demás. Cuando el que manda ofrece una soldada, debiera saberse que, al aceptarla, se corre el riego de que la independencia cambie de sentido, y hasta puede cambiar de objetivo dicha independencia. ¿Cómo apretar (dialéctica mediante) si acaso se hace daño (político se entiende) a quienes protegen, en cierto modo, a sus adversarios?; ¿cómo ser libre para (si fuera preciso) fraguar unos argumentos tajantes en contra de lo qué hace un gobierno si el ingreso del mes depende de su aquiescencia y beneplácito?. Aunque de manera imperceptible, éste mantra puede acabar imponiéndose, y convertir la acción política en algo tan moderado que apenas de lugar al  desacuerdo. Y a un sano y verdadero debate sobre las distintas perspectivas en un asunto.

Pero el método no parece importar o escandalizar a nadie. Esta forma de entender las cosas, tan pragmática, ya no sorprende porque es cierto que todo trabajo debe pagarse, y las líneas entre lo que sería más ético y, si me apuran, más eficaz, están demasiado borrosas para ser seriamente esclarecidas. Aún así siempre quedará en el aire un interrogante sobre si la política debe pagarse (o no) como hoy se paga, si las listas deben de seguir haciéndose cómo se hacen y si los números unos han de intentar (como poco) aparecer un poco más eficientes y perspicaces a como se nos muestran. Hoy, hasta carecen de plan B por si acaso, fallado el plan A,  fuera necesario aplicarlo.


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