En Maputo, la capital de Mozambique, nos espera la hermana Berenice, superiora del internado femenino que las religiosas de su congregación abrieron hace años. Las chicas están de vacaciones y las monjas aprovechan para realizar un retiro espiritual, pero a la hora de la comida aparecen por allí una variopinta muestra de seres humanos; un chaval portugués becado por su Gobierno para realizar una investigación, una chica valenciana que trabaja de voluntaria en un orfanato cercano, varios brasileños que visitan el país. Las hermanas ponen cubiertos y servilletas de tela para todos.
Maputo es una explosión de vida. Una ciudad moderna, limpia y colorida en el centro y caótica, pobre y sucia en las afueras. La “lixeira”, el impresionante basurero, situada en el barrio de Hulene, exhala vapores de combustión las 24 horas del día. Unas 200 personas se afanan sobre los desperdicios buscando algo a lo que sacarle provecho. Allí mismo y en cualquier otro lugar de la amplía geografía mozambicana, están las llamadas “calamidades”, puestos de venta callejeros donde todo puede encontrarse, desde un traje de novia a una camiseta del Real Madrid.
Las “chapas”, camionetas de transporte o los “My Love” llamados así porque la gente tiene que ir muy apretada , circulan repletas y a velocidad de vértigo dando una sensación de actividad constante . Maputo no duerme, dice un nativo. Ni duerme, ni descansa, pienso.
Pero nuestro destino no es la capital, nuestro destino nos lleva a emprender ruta hacia el norte.
Este año Mozambique celebra sus 25 años de paz, tras una larguísima guerra civil que duró desde 1975 a 1992. Recientemente se han producido frecuentes revueltas entre partidarios de la FRELIMO Y la RENAMO, siglas de los partidos que rigen el país, con implantación respectivamente en el norte y en el sur pero en estos momentos existe una tregua.
Es un país con un potencial enorme, de una belleza que se reparte entre unas playas de ensueño bañadas por el océano Índico y un interior que recoge toda la serenidad y esplendor de los atardeceres africanos. También comparte el famoso parque Kruger con Sudáfrica y tiene otras joyas, las más importantes en Niassa y Gorongosa el parque nacional dónde pueden verse en libertad y ser «cazados» por las cámaras de fotos, leones, elefantes, jirafas o impalas.
La Ilha de Mozambique, es otro de sus puntos de interés. Tiene el triste honor, junto con la de Goré en Senegal, de haber sido el punto de partida de los millones de esclavos que fueron embarcados hacia América. Cuanto dolor e injusticia pasaron por allí. Hoy es un bonito y luminoso pueblo colonial declarado Patrimonio de la Humanidad.
Parada también en Anchilo, otra misión, en este caso de la orden comboniana. No hay ongs implantadas en esta zona de Mozambique, las misiones suplen esa labor y acogen a las personas que viajamos hasta allí con ganas de conocer la realidad sin tapujos, sin resorts en los que nada más llegar te colocan una pulsera en una mano y un mojito en la otra, ocultándote la realidad.
En Anchilo se elabora la revista Vida Nova, que llega a todo el pais . Desde allí recorremos los poblados de alrededor, aldeas sin luz, sin agua, sin saneamiento, lugares parados en el tiempo, lugares donde ir a la escuela supone recorrer 15 kilómetros bajo un sol implacable o una lluvia torrencial imprevista, lugares donde las mujeres acarrean el agua con un balde de 20 litros en la cabeza, lugares donde la cama de lujo es una estera, lugares de los que el Gobierno no se acuerda, salvo para vender sus recursos a precio de saldo a potentes empresas extranjeras.
Por el camino vemos a numerosos carboneros. Circulan penosamente en viejas bicicletas donde cargan un peso sobrehumano. Es uno de los trabajos más duros que existen, dice el padre Víctor Hugo, que de trabajos y penalidades en este país sabe un rato. Él lleva 17 años en Mozambique , dirige la revista Vida Nova y visita cada fin de semana los poblados para celebrar bautizos y bodas o ejercer de consejero y amigo .
Un poco más arriba, en Nacala, el dolor no es el recuerdo del sufrimiento y la incertidumbre de los esclavos arrancados de sus casas en un tráfico infernal, es el presente de unos niños desnutridos a los que las hermanas del Instituto de Saude Santa , alimentan no sólo con leche y proteínas, también con juegos y abrazos. Además mantienen un dispensario médico por el que pasan 2000 pacientes al mes, dan clase a 200 niños de infantil ,reparten leche para otras tantas familias y abren sus puertas a todo el que necesite algo. Sorprende, admira y emociona, la tremenda eficiencia de las 4 mujeres, dos españolas y dos colombianas, que llevan el centro.
Escribo esto desde mi cómodo sofá. Acabo de levantarme. Junto al café recién hecho y aromático (nada que ver con el agua- churri que proporciona el Ricofi que he bebido estos días), deposito dos pastillas: la primera, Malarone, tengo que seguir tomándola una semana después de volver para que no me afecte la malaria, una enfermedad del tercer mundo. Al lado, Provisacor, contra el colesterol, una dolencia privilegio del primer mundo. La malaria no me matará. Al contrario que muchos millones de mozambicanos yo he podido prevenirla. El colesterol… quien sabe, la «buena» vida también tiene sus peligros.
Aparto las pastillas y unas lágrimas de pena y nostalgia caen en el café. Mozambique se ha quedado a vivir en mi corazón.