Digital Extremadura
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Un país tranquilo sacudido de vez en cuando por la vergüenza. Por el miedo, por esa pregunta que dio título a una de las más terroríficas películas de Ibáñez Serrador. Un tipo que sabía mucho acerca de dar miedo y cuyo padre, Narciso Ibáñez Menta, daba pánico solo con asomarse a la cámara. Chicho no era un realizador al uso, además de ponernos a todos a ver el Un, dos, tres nos mataba de miedo con su programa de películas y dirigía dos de mis recurrentes pesadillas: “La residencia” y “¿Quién pude matar a un niño?”.

¿Quién puede matar? Cualquiera, cualquiera de nosotros en un arrebato de ira, lo asumo. De ahí la diferencia entre crimen y homicidio. Eso sí, matar con alevosía, actuar como si no lo hubieras hecho… eso ya forma parte de un comportamiento que nos repele y nos fascina a partes iguales. Un asesinato guardado en el silencio de los meses, de los días… mientras el agua convierte a Diana Quer en una ondina y la tierra le es leve a Gabriel Cruz. Mientras, la policía busca a tanta gente… aquellos que son un nombre sin eco mediático, aquellos de los que nada se sabe, aquellos que se pierden en el limbo del tiempo mientras sus familiares dejan pasar las horas, muertos en vida ellos también. Vida que es muerte, incertidumbre.

Y todo un país en vilo, afilados los colmillos de los carroñeros, del espectáculo de la lágrima y el duelo. De la venganza y de la circunstancias. Todos sabemos lo complicado que es para un niño asumir a la nueva pareja de sus progenitores, todos sabemos de los intereses disfrazados de amor y del amor que no sabe de interés. Todos sabemos, todos tememos, y mientras, hay quienes tienen como trabajo bucear en lo más oscuro de nuestros miedos para extraer la verdad que nadie sabrá nunca. Gentes bregadas que lloran frente al cadáver de un niño. Hombres y mujeres a los que quizás, de vez en cuando, se les escapa un mal gesto porque su trabajo consiste en jugar con lo más crudo de nuestras entrañas.

Y mientras, los políticos hablan de lo que no saben –después de todo tienen unas maravillosas pensiones que nadie les discute- y aprenden en un funeral aquello que les remueve lo que tienen de humano. Porque lo son, porque ahí están enfrentados a la prisión permanente revisable, al montante de las pensiones, a la falta de gobierno en Cataluña –todo por ese orden de importancia- ¿Tan difícil es sentarse a pensar y consultar a quienes saben? ¿Tan difícil tirar de empatía y ponerse en lugar del otro? Mientras nosotros bregamos con nuestros miedos y nuestros esfuerzos, ellos no dan la talla sino que permiten estupideces tan flagrantes como el hecho de que por el mismo trabajo, unos y otros cobren mucho menos. Estupideces como no reparar en los informes de los expertos. Nosotros con nuestros miedos y nuestros profesionales. Ellos con sus privilegios.


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