voto
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La proliferación de múltiples candidaturas al Ayuntamiento de Cáceres y a la Asamblea de Extremadura revela, en mi humilde opinión, dos hechos fundamentales. El primero es bastante obvio: que los que las forman no están contentos con lo existente. El segundo, la posesión de una muy amplia seguridad en sí mismos, ya que no disponiendo de ningún recurso histórico exitoso para servirles de base y refuerzo,  se disponen a presentarse en sociedad, sin demasiadas cartas de presentación, dos meses antes de la convocatoria. Quieren ser votados.

Supongo que influye en todo ello, el tremendo confusionismo del momento presente (alguien lo llamaría “carajal”), el espectáculo del “día si y día no” narrado por los medios sobre los pactos y componendas de unos y otros, los enfados y las asociaciones transversales ante cualquier proyecto que se precie. Si una fuerza política, acaso para no perder  el gobierno, utiliza el pragmatismo de la aritmética en cualquier situación y otras la secundan, quizá por el estatus que aquella indirectamente les concede, es natural que gente, mucho menos avezada o profesional en lo político, imite las formas y no tenga ningún reparo en hacer composiciones entre personas que, por ideología de partido, nunca debieran aliarse si tirasen de la coherencia.

Aunque la realidad viene demostrando que su justificación siempre tiene argumentos. El primero, el supremo amor a su espacio: pueblo, ciudad o autonomía. Con sus transportes, industrias, cultura, etc. Se encuentran, en este momento y en todas las posiciones, tan desvaídas las razones ideológicas, que la opinión pública no parece sentir desprecio alguno por quienes se alían con gentes o fuerzas cualesquiera y cuyos objetivos como tales están en las antípodas de sus aliados. Eso permite que partidos constitucionalistas se alíen con los que no lo son, y que fuerzas de la derecha voten las mociones de un partido teóricamente de izquierda. O que gentes que hasta ayer militaban en organizaciones liberales se pasen “con armas y bagaje” a otras que creen en el intervencionismo de la sociedad para cambiarla.

Hay un engrudo, un pegamento que les funciona. El deseo de permanecer en dónde están y de donde no se quieren ir.

La clase política española, en cualquier estrato, es hoy más clase política que nunca, se mire por donde se mire, y vive en un mundo paralelo al del resto de los mortales, con sus propias reglas de conducta.

En el fondo subyace una ignorancia más o menos calculada, una ausencia de estudio histórico de los parámetros y aspectos que dieron lugar a la aparición de un partido determinado y justifican su existencia. Para defenderse de la falta de aplicación de unos determinados principios, muchos aprendices de político realizan una acotación de los espacios en los que se mueven, y así no desentonar demasiado en ese juego tildado de “geometría variable” y en el que muchos no parecen sentirse incómodos. Pero tiéntense muy bien la ropa, señores, porque, caso de no obtener los votos necesarios para una concejalía o un escaño (en el ayuntamiento de su ciudad o en el parlamento autonómico), sus votos pasarán al acervo del partido más votado y hasta darle mayoría absoluta.


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