efecto coronavirus 2
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Las personas somos animales de costumbres y llevamos mal un cambio de ellas. Entro al
supermercado el primer día de confinamiento y me pongo nerviosa. Hay una hilera grande
de gente en cada caja y ninguna cesta, de las que se emplean para coger los artículos, en
ningún sitio, todas están cogidas. Espero pacientemente a que una pareja que ya está
pagando en caja, la deje en el suelo y se la pido.

Los empleados están inquietos. Te contestan rápido, levemente desabridos, cuando le
preguntas dónde está tal o cual producto. Quedan pocos huevos y escasas bandejas de
carne en el congelador. El mostrador de la pescadería, por contra, está aparentemente
lleno. La frutería, también. No así la zona de los congelados, donde solo quedan bolsas
aisladas de merluza.

Me contagio de la efervescencia general. El pan de masa madre está muy solicitado y he
de coger de los restos que quedan; hay una chica protestando, según parece porque
quien habla con ella por teléfono no le da las instrucciones adecuadas para comprar
según que productos, está de muy mal humor y lo exterioriza, no encuentra lo que busca
(la oigo decir). Su pareja, un hombre, la sigue por el pasillo, callado.

coronavirus compras

La situación es inédita. En algunos grupos de wassap se ha producido una desbandada,
algunos componentes se han dado de baja, después de muchos días de cuelgue de
cualquier noticia con el nombre del virus, aunque esté sin contrastar. La información, de
tanta y tan variada, es abrumadora, porque mezcla lo blanco y lo negro, lo oficial y lo
secundario, los dimes con los diretes, el pánico con la pachorra y así. La consecuencia es
que muchas personas han tomado literalmente las de villadiego, no pueden más, nos
dicen, y virtualmente se van.

En otros grupos de las redes están los inconformistas, los que cuestionan las órdenes
generales, porque son excesivas, porque llegaron tarde, porque buscan villanos y héroes,
a mi que me cuentan. Todos quieren quedarse en sus casas, pero resulta que hay
servicios mínimos que cumplir en cada centro, en cada estamento, aunque el miedo sea
libre. Aunque todos estén de acuerdo en que no puede darse una desbandada general y
anárquica. No y no.

Han empezado los agradecimientos genéricos, convocados de forma anónima por la red,
sin duda tienen algo de truco, pero se agradecen. Es como cuando de adolescente
zalameabas a tu madre para que te dejase salir. Si enferman los sanitarios ¿quien nos
cuidará? -parecen decir los elogios de quienes lo razonan de manera simplista y
pragmática. Hay aceptación generalizada al cierre de los establecimientos hosteleros, así
hay menor posibilidad de contagio en grupos de personas en sitios cerrados, aunque para
qué van a abrir si la clientela apenas bajará a la calle, informados cómo están de su deber
de quedarse en casa.

Esto es una crisis en toda regla. Pero las personas se adaptan y saben obedecer. De
repente las noticias de hace cuatro días se han quedado caducas, inservibles, puesto a
prueba el sistema de bienestar, pero todos estamos mucho más concienciados,
agradecidos y dispuestos a colaborar. Todos en casita. Cada día tiene su propio
diagnóstico. Esperemos que termine pronto la encerrona porque el mal se haya atajado.
Paciencia, mientas tanto y cuídense ustedes y ayuden a cuidar cuanto de colectivo
merece la pena.

 


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