Esta mañana quedé con Bernardo, un trabajador donde los haya, para arreglar algunas cosas en Olivenza en casa de mi madre. Llegó ayer y ya se sabe que las casas cerradas necesitan una manita para ponerlas en marcha. Quedé con él justo en frente de la casa, en el KIOSKO del Siño Manolo. Hace 35 años, como mínimo, que cerró, pero para toda una generación de oliventinos es una referencia. El señor Manolo, siño Manolo en oliventino, no tiene ninguna calle en mi pueblo. Ni siquiera una placa en su quiosco. No ganó ninguna batalla, ni tampoco fue un licenciado ilustre. No pudo ni llegar a concejal. Solamente fue el hombre con una pierna de palo que nos vendía a los niños y niñas de Olivenza en los años 60 y 70 las pipas, los chicles y los cromos. Mientras esperaba a Bernardo a la sombra del que fue el quiosco del Siño Manolo, conformamos una tertulia. El Poli, el Guti, el Manolo , el Juani y yo. El Poli me dió cera caliente. Es albañil, amigo mío hace cuarenta años y de los que no se calla ni debajo de agua. No cree en los políticos, aunque creo que sigue creyendo en la política. Llegó Bernardo y fuimos a casa de mi madre. Visto y no visto. Arreglado. Sali a buscar a mis tertulianos del quiosco del Siño Manolo. Ya no estaban. Miré el reloj y eran la una y diez. En mi pueblo a la una ya se puede ir a tomar la cerveza. Mañana o el fin de semana que viene, o el otro, los buscaré. Necesito decirles que me ayudaron en un rato, más de lo que imaginan. Pero que no es verdad que todos seamos unos mangantes. Lo más importante, que estuvimos entre amigos. El Poli me llegó a decir algo demoledor. Guille, no digas eso que no es de buena educación, que a tí te mandamos a estudiar a un colegio de pago mientras los demás cargábamos sacos de cemento.
