Observa uno hoy en día a todos esos a todos esos
aspirantes, tal vez debiera decir expirantes de cualquier posibilidad de
dramaturgia, a ac-tores/trices que pululan por las series de TV como
clones de la afectación sin disimulos y se le pone, a uno, la piel de
gallina blanca al comprobar que no resisten la más mínima comparación
con los nunca suficientemente admirados histriones de casta que
amueblaban las sobrecenas de aquellos añorados estudios 1.
Acólit@s del artificio, redundantes en la obscena vocalización de la
nada, sin más mérito que sus caras bonitas en el mayor de los casos, no
puede uno imaginarse las abyectas razones que justifican al resto, y una
indeseada reproducción del estatus quo en los que la realidad supera
con creces a la ficción, ¿Esa es la troupe que nos puede, ya no digo
ilustrar sino al menos, amenizar nuestras tristes y famélicas veladas?
Esta sociedad que se comporta de manera infantiloide, en la que ya
resulta muy difícil diferenciar cualquier otro periodismo del
catetodeportivo, ¿No se estará equivocando al haber eliminado, en
cualquier área, la edificante figura del aprendiz?
Lo digo porque, a pesar de todos los másteres que esgrimen nuestros
cachorros para ocupar el lugar desde donde se cambian las cosas, una vez
mar adentro (o en tierra firme, da igual) al menor contratiempo siempre
aducen circunspectos «eso yo no lo estudié» o «es que me falta la
práctica» y a lo peor tienen razón.
