Aprendo sobre la marcha sobre los fríos que devastan el alma, esos que hielan los besos y las palabras más dulces.
El aire frío de este invierno me hace temblar, mi cuerpo se estremece y el viento me empuja hacia mi hogar, mi reloj señala el fin a un largo y álgido día, en mi casa me espera el calido calor, que producirá que mi boca deje escapar bostezos y algún que otro suspiros.
Me acomodó y me siento frente al ordenador y mi sentido comienza a concebir palabras que llevan a desnudar mi trasparente sinceridad, me sumerjo en el teclear, absorto ante la pantalla, apático a los problemas ajenos, los guardo en el estante para mañana junto a las llave.
Aunque sea solo hoy y por un instante seré egoísta y robare el tiempo que haga falta al sueño para remendar mis sentimientos, hilvanare mi aguja con hilo de besos y caricias y así coseré esas viejas grietas, algunas cisuras que en el alma aún supuran.
Me aproximo a la ventana y exhalo mi aliento, el cristal se tiñe de vaho y esbozo una sonrisa que me llena de paz, y llegas a mi, dibujando una picara sonrisa y te echo de menos, mientras contemplo ensimismado a la luna que radiante y hermosa ilumina la oscura noche, mientra tanto el silencio se hace y dormita la ciudad.
El sueño me informa de su llegada, anestesiando mis dedos, cerrando el telón del teatro de mis sentidos, el sueño me increpa por momentos, retando a la musa a echar un pulso, pero la musa se resigna a marcharse, no antes de escribir el último párrafo, es entonces cuando mis ojos se cierran y van cayendo dulcemente en un sueño profundo, en una fría noche de invierno.