La tenebrosa práctica de torturar a los seres humanos sigue aplicándose, como podemos comprobar en las noticias que nos ofrecen cada día los medios de comunicación. El informe anual de Amnistía Internacional ha constatado que en más de ochenta países se practica con verdadera inhumanidad. Todos debemos clamar contra esta iniquidad, absolutamente inadmisible tal como han expresado escritores y juristas desde hace siglos oponiéndose a la pena de muerte a las torturas y a los malos tratos. Ya en el siglo XVIII el famoso penalista italiano, Cesare Beccaria en su obra “De los delitos y de las penas” criticó duramente la utilización de tormentos para obligar al reo a confesar. Al comienzo de la obra describía con horror el castigo impuesto al ciudadano francés Robert Damiens por herir con un cuchillo a Luis XV. Apresado en el acto se le juzgó inmediatamente. La sentencia ordenaba que se le aplicaran dos clases de tormento: el ordinario, y el extraordinario. Si el ordinario era estremecedor, el tormento extraordinario llamado tortura de los “borceguíes” consistía en sujetar las piernas al reo entre cuatro tablas e introducir cuñas a martillazos para que los huesos saltaran por la presión. Cuando le comunicaron la sentencia al reo, este exclamó con sarcasmo:” Parece que la jornada va a ser ruda” y, sin duda, fue verdaderamente terrible.
Beccaria presentó este y otros espantosos relatos propugnando que ninguna pena debe atormentar ni afligir al reo. Ha de servir únicamente para impedir que el delincuente pueda causar nuevos daños. Sus teorías fueron muy criticadas, en principio la obra tuvo que publicarse en la clandestinidad aunque toda Europa se estremeció con ellas , incluso el Código Penal Británico recogió sus propuestas, probablemente por la influencia de Jeremías Bentham. Algunos Códigos del continente siguieron su ejemplo.
Posteriormente otros intelectuales han combatido la tortura. Alessandro Manzoni fue uno de ellos luchando con valentía contra la aplicación de la tortura oficial. En su importante obra “Historia de la Columna Infame.” Criticaba duramente un sistema judicial que se practicó en Milán durante la peste que asoló la ciudad en 1630. Los jueces decidieron aplicar atroces suplicios a un barbero y a su ayudante acusándoles de haber propagado la peste con los ungüentos y pócimas que habían esparcido por los muros y las calles, según denunció una vieja del lugar. Los infelices tras sufrir horribles tormentos llegaron a admitir ser los autores de tan inverosímil crimen. Para mayor humillación la sentencia ordenaba la demolición de sus casas y que en su lugar se levantara una columna llamada “infame”, con una inscripción que inmortalizara la noticia del delito y de sus autores ”pues era menester una grave advertencia para que no volvieran a repetirse tan execrables crímenes”. Los jueces no se equivocaron, el proceso ha pasado a la historia.
Con esta obra el autor intentó conmover a los lectores con la descripción de los castigos aplicados por los representantes de un sistema procesal y social que utilizó esa práctica siniestra, sabiendo a ciencia cierta que se trataba de un delito imposible física y moralmente. En el Prefacio del libro, recientemente reeditado en España, Manzoni manifiesta su tristeza por tener que contar lo sucedido. El escritor Leonardo Sciascia, al prologar la obra de Manzoni, expresa su indignación por la presión que sufrieron los reos y testigos con promesas de impunidad aunque considera que este sistema sigue en la más palpitante actualidad. “Estamos comprobando que ciertos mecanismos perversos no son privativos del siglo XVI y por ello los errores del pasado no deben olvidarse, han de rememorarse de continúo y preciso es, vivirlos y juzgarlos en el presente”.
En el proceso de Milán se aplicaron terribles tormentos. Es verdad que en esa época la tortura se aplicaba en casi toda Europa, excepto en Suecia y en el Reino Unido, que había excluido indirectamente este medio cruel para obtener la confesión, y debemos resaltar que tampoco se practicaba en el Reino de Aragón, como señala Antonio Gómez, en su obra “De tortura reorum”.
La Historia de la Columna Infame permaneció desconocida muchos años, tal vez por su estremecedora realidad. Fue Pietro Verri, quien se propuso, después de ciento cuarenta y siete años, proclamar la inocencia de los acusados reclamando para ellos, en su obra “Observaciones contra la Tortura” la declaración de inocencia. Sin embargo, tampoco la obra de Verri, escrita en 1777, fue publicada inmediatamente. Se dio a conocer años más tarde. El editor explicaba este retraso aduciendo que “se temía que la antigua infamia manchara la honra del Senado”. Lo cierto es que la memoria de los injustamente condenados y perseguidos con tanta saña, quedó reparada aunque con inmenso retraso.
La Columna de tan triste recuerdo fue derribada en 1778 y en su lugar no queda ni rastro del oprobio. Nada hay ya que recuerde el deleznable proceso, pero la historia de este tormento “legal” debe servirnos de ejemplo para exigir la abolición de la pena de muerte y la tortura. La idea de justicia sigue siendo, en muchos países como hace muchos siglos. Falta mucho camino por recorrer y por ello hay que rechazar tan grave atentado a los derechos humanos hasta conseguir lo que Jürgen Habermas llama un “Universo moral”, con la total abolición de la pena de muerte y de las torturas, base indispensable para alcanzar la paz perpetua que proclamaran Emmanuel Kant y Fitche.
Los delincuentes por muy perversos que hayan sido sus crímenes deben tener un juicio con todas las garantías que corresponde al Estado de Derecho, como propugnan las Cartas Magnas, las Declaraciones de Derechos Humanos y las Convenciones Internacionales firmados y ratificados por los países civilizados, manteniendo que nadie debe ser sometido a torturas , tratos crueles, inhumanos o degradantes.