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LA VARA EXTREMEÑA DE GUILLERMO

OPINIÓN
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De la copiosa nevada de papeletas, que han dejado nombres en las urnas de estas elecciones, en los pagos extremeños, figura un nombre y dos apellidos: Guillermo Fernández Vara. Esas aulas que habitualmente ocupan los niños y las niñas, en esa floración blanca y primaveral, de almendro florecido, ha surgido un nombre, ha brotado con más fuerza que los demás políticos, en las raíces del pensamiento o en las copas verdes de los ideales, el de Guillermo Fernández Vara. Este Vara extremeño, la otrora vara, una de las medidas más antiguas de nuestro ruedo ibérico, especialmente, la castellana y otras muchas repartidas allende los mares, pero ahí está, integrada en la extensa lista de los apellidos.

Lejano nos queda el oasis de nuestros encinares, la diversidad de la semilla, cuando la vieja tierra parda crecía con hombres y mujeres que guardaban sus ideales en la faldriquera, candada la expresión, esperando a un Godot que se retardaba en llegar y los jarales, si eran cumplidos con sus flores, nos encendían alegremente las pupilas, mientras el pensamiento se cobijaba en la hucha contenida de la ilusión, esperando esa primavera más cercana del sueño de Praga, en este Guadiana que nos guiñaba el ojo en su pirueta navegante para que abriéramos el pensamiento y derramáramos las palabras sobre los descendientes de aquellos Conquistadores, llenos de sueños e ideales, templados de acción y capaz de llevar Extremadura más allá de donde el mar canta fados y las olas se sublevan inopinadamente alocadas en el océano.

Cantamos como mirlos libres cuando alzamos el telón de la democracia y el Valle de los Caídos – qué grande tu obra admirado y querido Juan de Avalos –, él que me contaría la barbarie bélica incivil del 36 en la bella plaza de Mérida, cuando los moros tiraban al blanco de los hombres como si fueran juguetes de feria. Años como siglos, esperaríamos como a Godot a ver si se alzaba el telón de las expresiones libres, cuando el tiempo de silencio dormía en los camposantos de unas horas lentas como un adagio callado de Albinoni.

Como diría Borges, no hablo de años, hablo de épocas, y hasta estas, cansinas, se han dormido en las viejas sábanas del tiempo. Ibarra sería como nuestro Trajano menor, hecho a nuestra época y con un vocablo de melodía castúa. A Fernández Vara, lo leo en la vecindad de la coqueta columna digital, apenas sé muy poco de él – una imagen juntos en Yuste -, donde compartimos el mismo agua, como dice la copla, porque el pozo es medianía. Ahora, el Presidente, volverá a sentir en su mano el calor de su vara, como guía que rige destinos. 

En contadas ocasiones, estuve en el despacho de Ibarra, junto a la humedad coqueta del Guadiana, alivio de sofocos estivales, que dibuja  Mérida con un festón verde y húmedo de juncos. Ahí donde la ciudad se ha embellecido como una perla romana.

Prendido con alfileres en el aire emeritense, guardo un “flash”: el de la citada fotografía y una noche, Vara camino de su casa tras pasar una velada en el Teatro Romano en la Extremadura, aún pacata y provinciana, que se desperezaba de un sueño imperial y abría sus alas de cigüeña y llenaban el aire de una modernidad inspirada en Baudelaire. 

En esta bienvenida y adiós, Monago se perdería quién sabe si en alguna vieja sacristía – sé que estuvo con la manguera en el incendio de los madrileños Almacenes Arias, ya hace años, en una actuación muy humana -. Y  Vara y yo exhibimos nuestros rostros en la columna digital. Aquí dejo unas palabras de cortesía, muy lejos de la lisonja y, si Borja lo estima oportuno, que me sitúe donde le plazca, abra el libro de los sabios, y Tajo arriba y Guadiana abajo, gocen los paisanos el sueño de una hermosa travesía bajo la luz de la luna con eco de sonata. 

Ya ardieron las hogueras, en  la noche de San Juan, cercanas, en Aldea del Cano, por ejemplo, con ramas impresionantes purificando los males. Ahora se abre un nuevo período y que sea más transparente, ético y estético. Los ciudadanos soñamos con estrellas de nuevos aromas. De esta suerte, el Guadiana quizás discurrirá con una copla de versos del gran vate emeritense Rafael Rufino Morillón, como Antonio Machado los escribiría en el puente soriano sobre el Duero, junto a la ermita de San Saturio. Buena travesía para el Presidente, Fernández Vara.

 


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