Digital Extremadura
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 Aquellos parajes de “Loh Aullaéruh” siempre me sobrecogieron enormemente. Grandiosas rocas plutónicas amenazando con suicidarse sobre la corriente encajonada, caracoleada, serpenteante y espumosa de la Rivera del Bronco; viejas encinas cubiertas de musgos y una impresionante soledad sonora en abrazo secular con la bravía naturaleza.  Por aquellos despeñaderos se nos apareció cierto día, como un profeta del Antiguo Testamento, Hipólito Esteban Díaz, al que le decían en el lugar Ti Polo “El de la Biblia”.  Era tiempo de Semana Santa.  La primavera explotaba con sus primeras galas.  Tres o cuatro amigos, con los dieciocho ya cumplidos, explorábamos aquellas espesuras y roquedales.

 

     Ti Polo, con su cara chupada, cubierta de una entrecana barba de varios días, sus ojos fulgurantes y que denotaban inteligencia innata, su mellada dentadura y su ajado sombrero de paño, bajaba saltando entre los riscos, con un libro bajo el brazo.  Tenía su huerta a escasos tiros de honda de donde nos encontrábamos.  Se sentó con nosotros bajo la solapa de una peña caballera.  El paisano había venido al mundo en la efeméride de San Celerino y Santa Berlinda, un tres de febrero de mil novecientos veintidós, cuando en el pueblo celebraban, también, a San Blas, sonaba la flauta y el tamboril y los quintos tocaban las panderetas de piel de perro y paseaban un macho cabrío engalanado de cintas y con un gran campano. 

 

     Era hijo aquel hortelano de Ti Pablo Esteban Martín y de Ti Aurelia Díaz Montero.  Conversamos tranquilamente y, cuando el diálogo se deslizó por terrenos contestatarios y cuasi revolucionarios, él echó mano del libro que llevaba y, abriéndolo, nos dijo: “-Ehti libru eh la Biblia y yo lo leu cuasi que tóh loh díah.  Pol muchu que tenga que jadel, siempre sacu tiempo pa leel un ratu”.  Y como nosotros, jóvenes muy concienciados en aquellos años de revolución y de poesía, frunciéramos el ceño, Ti Polo volvió a la carga: “-La Biblia dici múchah cósah a favol de loh próbih y múchah, tamién, en contra de loh rícuh; no vaigáih vusótruh a creel que loh Tehtíguh de Jehová moh cruzámuh de brázuh anti lah dehgráciah ajénah”.  Hojeó algunas páginas y dio en leernos textos bíblicos del profeta Amós y de los apóstoles Lucas y Santiago.  Tiempo después, recordando la conversación con Hipólito Esteban, cogí una Biblia de los estantes de la biblioteca universitaria de Cáceres y me detuve en unos renglones de Amós: “Oíd estas palabras, vacas de Basán, que estáis en el monte de Samaria, las que oprimís a los pobres y quebrantáis a los menesterosos (…)”  Y también fijé los ojos sobre estas líneas de Santiago: “Oíd ahora, ricos: Llorad y aullad por las miserias que vienen sobre vosotros, lamentaos por las desgracias que os han tocado.  Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados.  Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrosos, y esa herrumbre será un testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego”.

 

     El nieto paterno de Ti Patricio Esteban Floriano y de Ti Agustina Martín Gutiérrez creía a pie juntillas en lo que leía.  Pero, además, en sus adentros latía un alma de rapsoda, por lo que disfrutaba leyendo y recitando los Proverbios.  De esa vena poética algo habrá heredado su hijo Pablo Esteban Aprea, del que me honra su amistad y al que todo el mundo conoce en la comarca como “El Poeta”.

 

     En estos tiempos tan revueltos, cuando desaparecen más de veinte emails del sumario del caso Urdangarín, relacionados con éste, su suegro y la princesa Corinna; cuando un grupo de relatores de Naciones Unidas ha pedido al Gobierno de España que mande bien lejos la “Ley Mordaza” porque “amenaza con violar derechos y libertades fundamentales de los individuos y socavar los derechos de manifestación y expresión”; cuando la ONU también le ha pedido la abolición de la Amnistía decretada durante la Transición; cuando nos meten, sin referéndum de tipo alguno, esos tratados del TTIP y el TISA, que nos echarán en manos de los estranguladores neoliberales y del capital financiero, con el consentimiento tácito del PP y del PSOE; cuando entregan parte del solar patrio a la todopoderosa máquina bélica que vela por las geoestrategias e intereses imperialistas de los EEUU de Norteamérica; cuando la troika humilla a pueblos que han pasado a ser un cero a la izquierda, a fin de que no se les suban a las barbas y no prosperen otros movimientos que pretenden llamar al pan, pan, y al vino, vino; cuando se nos visten casi de menesterosos, hipócritamente,  gente del Partido Popular, a los que ya tenemos más calados que a una sandía, con el fin de arrancar el voto a cuatro muertos de hambre a los que la sociedad de consumo ha desclasado; cuando las redes sociales arden por los insultos y terribles amenazas que los cachorros de la derecha lanzan contra los alcaldes, concejales, diputados y senadores surgidos de unas elecciones democráticas y que desean sanear la política; cuando sentimos lástima por haber llevado al matadero a una prestigiosa figura como Luis García Montero…, entonces es que la democracia está enferma y, tal vez, caquéxica y agónica.

 

     Ti Polo “El de la Biblia” tenía alma de poeta, aparte de ser un cristiano restauracionista, milenarista y antitrinitario.  Y poeta como un pino es Luis García Montero, además de rojo y militante de Izquierda Unida.  Este granadino, que un día escribió en “Despedida por hoy” aquello de “Pasan después los años y las páginas,/igual que el resplandor de trenes en la noche/y uno aprende a dejarse la piel en esta vida (…)”, no se merecía el descalabro que recibió en las urnas en las últimas elecciones autonómicas, cuando iba de número uno por Madrid.  Un buen poeta es algo muy serio para enfangarse en los terrenos movedizos e intempestivos de una formación política que ya estaba tocada y seguía recibiendo torpedos en su línea de flotación.  Posiblemente, amigo Luis, fuiste de buena fe y quisiste salvar lo insalvable.  Pero te dieron con las urnas en las narices.  La vía de agua era demasiado grande.  Los poetas (yo también compongo versos y me llevo algunos trofeos, dicho sea con la mayor humildad del mundo) no estamos hechos para nadar en el mundo de la política.  Nos hundimos en esas procelosas aguas y nadie nos arroja un salvavidas. Nosotros, con ser revolucionarios y acudir a las barricadas y a las trincheras (recuerdo, emocionado, a Miguel Hernández), nos sirve y nos basta.  Allá la política para los que, aunque no lo quieran, deben tener, a veces, las tragaderas anchas y comulgar con ruedas de molino, y ello con todo el respeto a los políticos de nuestra cuerda que han demostrado una honradez a prueba de bombas.

 

     Aquel hortelano de ojos electrizantes, nieto materno de Ti Pablo Díaz García y de Ti María Montero Palomero, no escribió verso alguno.  Le pasó el testigo a su hijo Pablo, para que fuera éste quien los escribiera.  Sin embargo, tú, admirado Luis, trazaste con tu lápiz aquel bello poema de “Resumen de los hechos”.  Y decías: “Nadie olvide los tiempos, pero nadie se engañe:/al final solo importan el amor y la muerte”. ¡Ay la muerte!  Ella vino a por Tío Polo  un mes de agosto de dos mil tres.  Se lo llevó un hepatocarcinoma el mismo día en que caía, también, Frederick Chapman Robbins, el que fuera Premio Nobel de Fisiología.  Cayó nuestro paisano para no levantarse jamás, pero él seguro que, dadas sus respetables creencias, tenía la convicción de que regresaría no tardando mucho.

 

     “Solo importan el amor y la muerte”.  Eso fue lo que dijiste, querido Luis.  Por ello, desde esta barricada donde me encuentro, que es la tuya, pensando en ese próximo otoño en el que deberíamos ir agarrados de la mano TODOS los que queremos construir un mundo tricolor más libre, más igual y más fraterno (salpicado de asamblearismo libertario), me permito acabar estos párrafos con unos versos tuyos que saqué de “Canción de brujería”: “Señor compañero, señor de la noche,/haz que vuelva su rostro/quien no quiso mirarme./Que sus ojos me busquen/sostenidos y azules/por detrás de la barra./Si prefiere quedarse,/haz que todos se vayan/y este bar se despueble/para dejarnos solos/con la canción más lenta (…)”.

 

     ¡Ay del amor! Seguro que habrá quien te lea y quien escuche los versos tuyos que acabo de escribir.  Y cuando por sus bellos y grandes ojos de azurita penetren, como rehiletes, la brujería de tus rimas, seguro que se vendrá a las barricadas con nosotros, para empuñar la bandera de la heroica Libertad.


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