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Huelen los intensos a verano, a sudor feliz de chancla recalentada, de colchoneta sucia. Regresan del recreo a los pasillos mojados de agua del grifo, con ganas de vacaciones, con prisa para nada porque lo único que desean es oler a cloro azul, a bañador húmedo, a calle a todas horas sin horarios ni obligaciones. Mis intensos, habitantes casi todos de un barrio de calles apretadas, sin árboles ni excesivos parques, les espera el anochecer en la plaza, la siesta larga tras la comida en soledad porque los padres trabajan y no se puede salir a un asfalto que arde… eso sí, cuando baje el sol, suyas serán las calles, los chorros del parque que suben y bajan enfriándoles las ganas de mar, de río, de charca… Son algunos de mis chicos niños sin pueblo, niños sin coche familiar que les lleve al pantano cenagoso, a la casa fresca con jardín, a la piscina de los amigos… y pienso en su largo verano de calle, en su verano de sueño por la tarde, aunque por suerte muchos de ellos son usuarios de la Cruz Roja que les lleva de campamento y de piscina, con la relajada disciplina de grupo, el horario que tanto les ata.

Son algunos de mis intensos niños de calle feliz que el calor limita a las horas del atardecer y de la noche. Niños sin campo, sin pueblo, sin viajes a la playa. Niños que quizás arranquen al calendario unos días con un familiar o amigo que vive fuera. No tienen mis chicos semana de vacaciones en hotel o apartamento, no tienen pueblo de recuerdos plenos de abuelos y fiestas de guardar en el agosto de todas las vírgenes. Mis alumnos vienen de un villorrio o un barrio de Perú, de Bolivia, de Colombia… vienen de un Marruecos que sabe de calor y de familia unida, de espacios expuestos a la intemperie feroz, como en esta ciudad que les acoge en casas sin balcón, sin sombra de los árboles consoladores bajo los que se posan los ancianos y los perros, barrio amable en el momento de la tarde. Sin embargo, el verano de mis intensos tiene olor a cloro e idas y venidas en la libertad sin horarios, ratos de sueño entre sábanas sudadas que no se apartan pronto para salir al instituto. Por eso son felices, son una sonrisa bajo la visera de la gorra, camiseta de colores y pantalón corto, ya preparados para vivir la sombra del parque sentados en torno a sus móviles calentitos, juntos, revueltos y felices, libres como pájaros borrachos de calor buscando un charco en el qué revolcarse. Mientras, la calle florece, ajena a nuestra dureza y nuestro deseo de cubrirlo todo de asfalto. Es la maravilla del verano, el milagro de la vida hermosa.

 

Charo Alonso

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

 


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