EMIGRACION
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.Oigo a la Concostrina, que es muy buena narrando hechos históricos con desenfado, una
famosa anécdota: el rey Felipe IV quiso presumir del ingenio de Quevedo delante de un
grupo de cortesanos y para ello le pidió que construyera unos versos, allí mismo. “Dadme
pie, majestad”, aseguran que dijo el escritor en referencia a algún asunto para iniciar la
rima, pero el rey lo tomó al pie de la letra y estirando una pierna le ofreció uno de los
suyos. Y entonces Quevedo:

Paréceme gran señor,
que estando en esa postura,
yo parezco el herrador
y vos la cabalgadura.

La anécdota, maliciosa, viene a demostrar que desde tiempos inmemoriales nada es lo
qué parece a primera vista, y que la realidad supera cualquier grado de ficción. Siempre
he pensado que la imaginación absoluta no existe en ningún narrador de historias, sino
que más bien se apoya en sucesos que ha vivido o conocido de otros, eso sí, aliñados
con otras virtudes y defectos específicos, que cada quien explota a su manera.

Son muchos los que viven de las apariencias. Acentuadas en lugares pequeños donde “el
que dirán” sigue imperando como ley, en la mayoría de los casos que nos ocupan. La
descripción de las cosas suele abundar en ello de modo y manera que lo aparente se
superpone sobre la realidad tapándola y cuestiones falsas adquieren visos de similitud
mientras que las verdaderas desaparecen como si nunca hubieran existido.

De un tiempo a esta parte se viene produciendo un trasvase continuo de gente de lugares
tipificados como rurales a la ciudad. Es una emigración silenciosa, producto de las
circunstancias vitales de las familias y de sus miembros más jóvenes que ya no quieren
repetir la vida que han visto tener a sus mayores y aspiran a otras cosas. Atrás quedaron
los tiempos en los que los maestros rurales se incorporaban a la vida diaria de los pueblos
y eran puntos de referencia para sus habitantes, ayudándoles incluso a tomar decisiones
con sus vidas. Aquellas épocas llevan consigo la frustración de no haber podido conseguir
-por mor de las circunstancias- que más de cuatro niñas (a las que se les concedió una
beca de estudios) saliesen a estudiar fuera de los entornos familiares. El argumento a la
contra era siempre el mismo: quien haría la comida y se la llevaría a los hombres que
estaban laborando en la finca de los amos. En la mente del pater familia estaba claro que
debía ser una mujer. Por haberlo hecho desde siempre. Eran “los negros”. Buenos o
extraordinarios, por el expediente académico, pero a la postre “negros” (y entiéndanme,
por favor, el sentido del adjetivo).

Que se produzca dicha migración mientras las familias urbanas de siempre están viendo
cómo sus hijos, a su vez, abandonan el hogar para establecerse, mayoritariamente, en
distintos lugares del mundo, fuera de aquí, habla bien a las claras de un fracaso político
social de gobernantes y administrados, pues lo que llega no suple, en número, a lo que se
marcha y solo rueda sobre si mismo en los territorios. Nadie en su sano juicio dejaría
escapar a aquellos componentes de una empresa a la que se ha venido inyectando
grandes sumas de dinero para que forme a sus integrantes de manera que luego éstos

dediquen sus esfuerzos a la misma. En aras a su permanencia. Pues ahora se hace.


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