UNAS

COMO PINTARSE LAS UÑAS

OPINIÓN
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Ahora que se inicia septiembre y con él un curso académico en los diferentes niveles, no
queda otra que repasar lo qué vamos a hacer, aún a sabiendas de que nada puede
decidirse de manera inalterable y de que la incertidumbre es lo único cierto en este
momento. Vuelven los niños al colegio y los adolescentes, también lo harán los
universitarios. Nadie está tranquilo al cien por cien, pero tampoco nadie se ha atrevido a
organizar una vuelta distinta a la presencial, en parte por inercia y en parte por
convencimiento, porque añadir las dosis precisas de riesgo para innovar, actuando de
manera distinta, no garantiza el triunfo de una forma segura y nadie desea equivocarse
cuando están los votos posibles por medio. Bastante hay con los cambios obligados por la
propia pandemia, incluidos los medios tecnológicos. El miedo general al contagio y
posterior confinamiento, invalida cualquier hipótesis de acción distinta de la estándar pues
ya conocen el dicho de que mil moscas no pueden confundirse al ir todas al mismo
abrevadero.

Pidamos pues que haya reflejos suficientes dentro y fuera de cada estamento para
reaccionar con prontitud, caso de que algo salga mal y las cosas se compliquen. La
política está, por lo general, en manos muy jóvenes, gracias a ese precepto
rigurosamente erróneo de que la juventud es por si misma un valor irrevocable cuando se
habla de innovación inteligente en la cosa pública. Y de que los años son cargas que
siempre llevan aparejados el desinterés y la lasitud.

Creo que es magnífico el sentimiento de estar al principio de una trayectoria o una vida,
pero son necesarios los útiles para gestionarlas. Porque, aunque necesarios, con los
aparejos de comunicación no se sirve a un país. Fíjense lo que, a mi parecer, sucede: un
equipo potente, dirigido y formado por buenos comunicadores, elabora un discurso de
acuerdo a la sociología de la gente a la que se proyecta, en un momento debidamente
diagnosticado. Luego, ese equipo convence a los medios de comunicación existentes
sobre la bondad del relato y éstos se encargan de hablar sobre éste, unos en la misma
onda de quienes lo hicieron y otros para contradecirlo, lo que también sirve de
retroalimentación de cara a reactivar a los fans del primero.

Sucede que uno nunca tiene una conciencia exacta de su edad, al menos yo no. O dicho
de otra forma: qué significa tenerla según los estereotipos de la época. La primera vez
que caí en la cuenta de que había superado algunos topes fue cuando un chaval detrás
de un mostrador se dirigió a mi: “¿qué precisa, señora?”. Créanme, fue como una
llamarada, un encendido de luz potente iluminando el entorno. Descubrir qué ven los
otros, al menos físicamente. La segunda vez que advertí la madurez ocurrió escuchando
una conferencia en la que fui citada. Hablaba el conferenciante de mujeres innovadoras y
otra vez el palmetazo elogioso despertándome: “Cuando llegó a la alcaldía, tenia (aquí la
cifra) años…figúrense”.

Nadie obedecemos a la edad del calendario porque no queremos notar que los años
pasan.Tampoco al principio, cuando anhelamos que el tiempo transcurra rápido y caminar
por el mundo de forma autónoma. Recuerdo mis diez años. Como en el verano salía con
dos primas de catorce y dieciséis, fui una niña aprendiendo deprisa. Y hasta hice de
celestina, en el primer amor de una de ellas..Tampoco ahí era muy consciente de mi edad,
hasta que mi madre un día dijo no a pintarme las uñas. Amigos, al cabo, la realidad
siempre te pone en tu sitio. Tarde más o menos. No lo olviden.

 


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