Tajo y Fresneda scaled

El Tapao y la lancha de San Martin

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Cartas acehucheñas

Estimados compatriotas: Ya estamos en el estío, es decir, en el último verano, que viene anunciando la proximidad de nuestro amigo el otoño. Amigo sobre todo para los que practicamos eso de andar por el monte con canana y escopeta. Los visitantes veraniegos ya se habrán ido a su residencia habitual y el pueblo vuelve a tomar el tranquilo latido de los días más cortos y las noches más largas. Tenía intención de comentar algunas de las cosas de la historia del lugar, que vienen en “Wikipedia”, pero lo dejo para otra ocasión y ahora para los amigos cazadores he aquí un breve relato de peripecias pasadas.

Dice un escritor cazador que conozco: “Si un cazador dice que no falla nunca, es que es bobo: eso sí que no falla”. En efecto. Cuidadito con las presunciones y las flores que se echan algunos sobre su puntería infalible. Como muestra un ejemplo bien cercano. Hubo unos años, los setenta y ochenta, en que en aquella dichosa abundancia de conejos, servidor llegó a creerse que no había cosa más fácil que acertar al conejito corriendo y empiolarlo. Ahí está mi amigazo Pedro que fue testigo de tantos cientos de lances afortunados en aquel paisaje inolvidable de los zarzales del Arroyo del Infierno. Bien, naturalmente alguno se iba, pero llegó uno a pensar que no había más que poner la escopeta derecha y el conejo voltereta que te crio. Para escarmiento dos muestras de lo bobo que resulta uno a veces.

En la pared del Tapao de Don Enrique, un conejito hacía burla de nosotros un día sí y otro también, hasta que una vez corrió por lo más llano y yo me dije: “Te vas a enterar ahora, caballerete”. Escopeta a la cara y ¡chápiti! con el derecho y ¡chápiti! con el izquierdo. ¿Qué ha pasado aquí? Abrí la escopeta y…había olvidado meter los cartuchos. Pedro se moría de risa.

Otro día, y casi ya de regreso al coche, pasábamos por esa peña grande que llaman “La Lancha de San Martín” y la perra “Santi”, de Pedro, dijo que allí había uno encerrado, pero cerca. “Súbete ahí, que lo voy a quinchonear” dijo Pedro. Subí y me dispuse al tiro. Salió el conejo y corrió por lo más despejado y llano. Y sin prisas. Le arreé dos estacazos al suelo que válgame Dios. El conejo se fue vivito y coleando, muerto pero de risa.

Al fin y a la postre, que por bueno que uno se crea, se falla. Así que humildad, buenos modos y que San Pedro, o San Martín, nos bendigan. Feliz estío para todos.


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