La historia que se repite
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La gestión política de la pandemia ha dejado tras de sí un reguero de opiniones sobre las decisiones que han tomado nuestros “representantes” a lo largo de la misma, y que están pagando mayoritariamente los jóvenes de forma inmediata –cifras de paro desorbitantes y un futuro incierto y desalentador- y de forma futura, con la deuda ya contraída por la Covid19 y sus consecuencias a corto y largo plazo.

Aquellos que empezaban a ver algo de luz en el túnel de la crisis del 2008, se encuentran con un panorama desalentador y con el rezume de los mismos problemas sin solucionar: contratos precarios, bajos salarios y sobreformación, esto último como hándicap más que como una ventaja. Y a ellos se suman los que ahora comenzaban a echar a volar.

Los jóvenes, que serán quienes gestionen en un futuro nuestro país -si es que se pueden permitir quedarse-, están hartos de escaramuzas sin sentido y quieren políticas de verdad, que no dependan del gobierno de turno o del calendario electoral. Y tienen un malestar compartido y una opinión que dar. No solo en su beneficio, sino en el de una sociedad.

A mis manos llegó este manifiesto de un joven madrileño recién graduado en ingeniería industrial, que dedicó día a día su tiempo a analizar cada minuto de las sesiones de gobierno durante la pandemia, que pilló a los políticos por “sorpresa” y sin un plan. La conclusión a la que llegó es compartida y desalentadora:

Primera Guerra Mundial. El hambre y las condiciones de vida insalubres detonaron la revolución de Febrero en Petrogrado, conocido actualmente como San Petersburgo, que culminó con el alzamiento de los bolcheviques para consolidar un régimen que duraría casi 80 años.

Segunda Guerra Mundial. La crispación amarga y dócil de la sociedad constituyó el campo de cultivo perfecto para que un discurso violento enraizase en un pueblo ansioso por tener tan siquiera la promesa de un futuro mejor, algo a lo que la gestión del gobierno de la República de Weimar ni se acercaba.

A parte de los millones de muertos que ambos regímenes teóricamente antagonistas dejaron como legado, el estudio de las causas y el clima en los que se produjeron, pone de manifiesto una simetría indudable también en el contexto.

¿Cómo es posible que un movimiento supuestamente nacido del pueblo acabe por volverse contra él? Las dictaduras de éste tipo nacieron y crecieron impulsadas por la voluntad popular en una época de descontento en la que se deposita la portavocía de las masas en unos elegidos que se alzan al poder empleando argumentos que, aparentemente, velan por los intereses de los más humildes, a los que más tarde se les despojará de cualquier tipo de soberanía de la que supuestamente gozasen.

Ambos ejemplos citados parten de ideas inicialmente distintas difundidas en escenarios similares, que trajeron consigo catástrofes equiparables. Aquellos a los que hoy día la historia tilda de infames, en su momento fueron jaleados por muchos y se valieron de la demagogia para difundir ideas simples que culpaban a unos u a otros de los males de la sociedad.

Una vez que consiguieron canalizar esa sensación de malestar en una dirección concreta, por inercia, los obstáculos en la consecución de los objetivos marcados agravan la sensación de malestar, fortaleciendo a los que lideran el movimiento.

El problema surge cuando los aspirantes por fin llegan a su meta. Esa sensación de poder que a tantos ha corrompido también, se apodera de los que en un principio eran los “virtuosos”, los que entendían los problemas de la gente, los que estaban dispuestos a cambiar las cosas. La historia demuestra que cuando se llega al poder de esta manera, el principal objetivo de los que lo consiguen es mantenerlo a cualquier precio, a golpe de silencio y censura.

 

Demagogia reiterada

Nos encontramos ante una situación nunca vista antes en la historia, ya que si bien es cierto que ha habido antes pandemias mucho más letales que la causada por el COVID -19, nunca se habían producido con este grado de interconexión global y acceso a la información.

Los medios de comunicación introducen noticias e información en los hogares acerca de una crisis inminente de la talla de una posguerra, mientras nuestros políticos mienten sin escrúpulo y la ciudadanía se encuentra sometida a un confinamiento cuya única libertad de expresión se daba en las redes sociales. Y ahora estos últimos se las apañan, mientras el hemiciclo se llena de contiendas y parafernalia.

Una vez más se juega con las emociones de la ciudadanía, polarizando sus posturas al señalar cabezas de turco no únicamente como responsables de una mala gestión, sino también como profetas de ideales tóxicos que frenan el buen funcionamiento de la vida en sociedad.

Se hace alusión de forma arrogante al conocimiento de la historia como argumento de cómo la postura que adoptan unos u otros terminará con la libertad de todos. Parecen olvidar que cualquier extremo ha llevado por el mismo camino a pueblos distintos en su intento de perseguir esa ansiada libertad.

 

El saber nos hará libres

Lo que la moraleja de la historia trata de enseñarnos es que la verdadera libertad reside en nosotros. El saber nos hará libres, pero no un saber técnico o vanidoso. Hemos de ser conscientes de que somos susceptibles de ser manipulados y no dejar que elocuentes charlatanes con ideas a las que somos más o menos afines se apoderen de nuestra voluntad a través del odio.

La combustión de la gasolina es transformada por el pistón, la biela y la manivela en movimiento de la misma manera que el odio y el malestar pueden ser canalizados para fines personales de oportunistas delirantes.

Para ello es necesario leer, informarse, dejarse sorprender por lo que se está leyendo sin prejuicios para desarrollar un pensamiento crítico, que no conspiranoide, el cual nos permita afrontar la realidad con madurez y sensatez sin perder el norte ni el contacto con el suelo, para luchar contra quimeras que al fin y al cabo beneficiarían solo a otros pocos.

Un pueblo enfurecido es un pueblo dócil. Un pueblo tranquilo y crítico camina con rumbo fijo hacia un futuro mejor.

Javier González Rodríguez.

 


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