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Hoy, una mirada vitriólica diría que en política existen dos grandes grupos de personas: los muy “profesionales”, con ideas claras y pragmáticas sobre lo que quieren conseguir para sí mismos, y enfrente, los que, creyendo que entienden de ella, se “arriman al toro” peligrosamente, cuando lo cierto es que saber, saber, saben muy poco de sus tejemanejes y miserias. Queda un tercer sector: los utópicos, los que desean salvar al mundo y a sus gentes, pero es un grupo tan minúsculo que apenas ocupa sitio en el espectro. Incluso, puede contaminarse de alguna característica de cualquiera de los dos grupos anteriores.

En el grupo primero abundan los que piensan que saben de todo. Son huidizos y desacomplejados; como el capitán araña embarcan a cuantos más, mejor, para luego ellos quedarse en tierra. Y si ven nubes en el horizonte realizan una larga cambiada (“donde dije digo, digo Diego”) rellena de tópicos y mohines, que algunos (incluidos ellos mismos) se creen.

Son imprevisibles por lo inestable de sus propósitos. De tanto desconfiar (“cree el ladrón que todos son de su condición”), analizan fríamente las situaciones y si las ven no productivas, harán un “mutis por el foro”, aunque así perjudiquen la relación con sus socios, a los que responsabilizarán de cualquier retroceso originado. Y si, a pesar de todo, el proyecto culminara con éxito, buscarán colgarse las medallas, aunque lo cierto sea que, cobardes, huyeron. Son inteligentes pero no tenaces en demasía; como se tienen por listos, rechazan la virtud de la constancia, y no se paran demasiado a escuchar la opinión de los demás. A menudo desprecian la prudencia de éstos, tachándolos de inocentes o bobalicones. Crecidos como pavos reales. Tan absurdos.

trepa 1Los del segundo grupo aparecen un día porque sí. Creen que sus conciudadanos necesitan de ellos y se arriesgan. Ven el momento propicio y se deciden, pero como son pocos, entran con pactos imposibles en la búsqueda de candidatos rimbombantes, tan difíciles de encontrar por ciertos lares. Surgen desde cientos de tertulias celebradas alrededor de un café, con la creencia de que la política es algo sencillo que todos pueden dominar. Piensan que, con un poco de suerte, ellos podrán hacerlo mejor que cualquier clásico contrincante en las urnas. Confían en el desánimo de la población, acumulado durante años, y en las mañas tantas veces empleadas por los “viejos”. Lo intentarán, Por si suena la flauta y encuentran un sitio en algún parlamento. Porque la política directa y de gestión es poco para ellos.

Así es como, en momentos de baja identidad ideológica, sucede que gente del segundo grupo pretende a la gente de los del primero. Por la audacia que les venden y por la experiencia que les achacan. Y dado que carecen de memoria, porque en otro tiempo no se fijaron mucho en lo hecho por otros, desconocen todo sobre el comportamiento de quienes hoy se les ofrecen. Creyendo “a pies juntillas” cuanto les cuentan. O fingiendo creerlo.

Y todo suena a error y a una ocasión perdida. ¡Ay, caballos de Troya! ¡Cuán claros  aparecen!


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