EXISTENCIA DIOS 2

¿Tiene sentido creer?

RELIGIÓN
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Abríamos la pasada semana esta sección dedicada a religión con la pregunta acerca de la necesidad de Dios en la sociedad, y más aún en cada vida. Como comentábamos, es lógico pensar que si Dios está ahí, si de veras existe, solo en Él podamos encontrar la plenitud. Pero vayamos poco a poco. Antes habrá que dejar claro esto, el interrogante que sugiero para hoy:

¿Tiene sentido creer en Dios?

Esta cuestión ha estado permanentemente presente en las preocupaciones del hombre a lo largo de toda la historia. Por eso me parece interesante preguntarle a la historia sobre ello. Muchas veces no tenemos en cuenta que antes que nosotros han pasado miles de millones de personas que a lo largo de los siglos han sentido las mismas inquietudes que nosotros y les han dado respuesta. Todas las culturas que conocemos siempre, han dado por evidente la necesidad de un ser superior, de una manera más natural, a una manera más «sofisticada»… Por eso hace falta un ejercicio de humildad y aceptar que nuestros predecesores pueden darnos mucha luz en estos terrenos en los que podemos hallarnos un poco perdidos. Me gustaría aclarar que este es un acercamiento histórico a la fe, a la creencia religiosa, desde la razón; es decir, todavía sin considerar la revelación, para que veamos hasta qué punto es razonable creer.

Sorprende analizar el comienzo de todo, cuando el hombre empezaba a dar sus primeros pasos sobre la Tierra. Evidentemente ahí no encontramos el culmen del pensamiento, pero descubrimos la sencillez y naturalidad del ser humano. En estos momentos su actuar no está deformado por antecedentes, la confrontación de ideologías o pensamientos, etc. El hombre se expresa tal cual es: sus herramientas, sus métodos de caza, sus relaciones… Y desde el principio encontramos junto a todo ello su dimensión religiosa. La ciencia a través de la investigación arqueológica nos ha revelado un sentimiento religioso muy arraigado en el ser humano desde muy antiguo, manifestado en los enterramientos de sus difuntos, oraciones, sacrificios de animales… En ello encontramos que el acto de creer es intrínseco a la persona humana, ya que a estos primeros hombres, nadie los había «enseñado a creer», era propio de su ser, de su naturaleza, como el alimentarse, o el dormir… por tanto no es ningún artificio, sino que al hombre no le llega a satisfacer plenamente nada de este mundo, tiene sed de infinito, de algo más.

Se podría pensar que esta recurrencia a lo religioso es fruto de la ignorancia o simplicidad de estos primeros hombres; sin embargo, la civilización griega, esencialmente caracterizada por su grande desarrollo en el campo del pensamiento que se dio en tan poco tiempo, dedica gran parte de este, precisamente a lo que va más allá de la experiencia: la metafísica. Aristóteles, principal referente del pensamiento y la filosofía griega ya habló 350 años antes de la aparición del cristianismo de la necesidad de un principio último. Es muy sencillo: ni el mundo ni la persona humana tienen capacidad para darse la existencia o una finalidad a sí mismos, ¡no tendría sentido! La ciencia nos ha dado grandes teorías sobre el origen del mundo, el Big Bang la más destacada de ellas. (que por cierto esta teoría es de un sacerdote católico, el  belga Georges Lemaître) Pero no podemos huir de la realidad que es que la materia no puede darse origen a sí misma. Lo más bonito es que vemos cómo la fe y la ciencia no solo no se oponen sino que colaboran, se necesitan la una a la otra para llevarnos a la meta: la verdad. Y la verdad es Dios. No es que lo diga la Iglesia, es que antes de que Cristo la instituyera el hombre ya podía llegar a Dios a través de su razón.

¿De dónde viene el problema? Sinceramente, a raíz del mal en el mundo y quizá en un acto de rebeldía o simplemente ignorancia o indiferencia, el hombre de la modernidad, motivado por sus descubrimientos y avances técnicos se ha distanciado de Dios, como decíamos la semana pasada, pero además rechazando la necesidad de Él. Esta “independización” del hombre surgida en la Edad Moderna ha pintado la religión como algo ajeno al hombre, cosa que jamás había sido así. Pero este prejuicio ha sido asumido por el mundo contemporáneo: “Dios es cosa del pasado, ya hemos progresado, y si no coincido es que me quedo atrás”. Por eso es tan importante ir a la raíz de este cambio tan drástico y replantearse dónde está la verdad, pero claro, es difícil sobreponerse a la opinión del mundo.

Ojalá nos demos cuenta de esta sed de Dios que llevamos en el corazón, que no es para nada extraña en él. Que sepamos que Dios tiene cabida en nuestras vidas, y poco a poco iremos viendo cuál es su respuesta a nuestra búsqueda. Hasta entonces,

el Escriba


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