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“EL TOPO” DE ARROYO DE LA LUZ

OPINIÓN
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[Img #39464]Vine hasta Arroyo de la Luz, a un tiro de piedra de Cáceres, en busca de Juan Pedro León. Hace ya años que vine para saber qué había sido de él, un hombre bueno  zarandeado por el  enfrentamiento incivil de las dos Españas, según me contaría su hermana y  el señor Ramos Aparicio. El caso es que estuve con su hermana,  en la casa de la gran Plaza Mayor de Arroyo,  espacio muy grande, muy lejos de los coquetos y acogedores.  Sin embargo, sería el señor Ramos  quien me narraría, además de la hermana del protagonista, las vicisitudes de Juan Pedro, que era, según su criterio, un hombre machadianamente bueno, que creería que,  por el simple hecho de haber formado parte de la Casa del Pueblo, en la época  republicana,  eran motivos suficientes  para tomar represalias. Sin embargo, Juan Pedro debía de tener muy agudo el  instinto de esa época tan convulsa y pondría, a buen recaudo su vida, en tiempos prebélicos.

 

En vista del cariz de los acontecimientos, España en armas, Juan Pedro tomaría las de Villadiego para poner, a buen recaudo, su vida, aquella existencia baldía y dolorosa, en su casa de la Plaza Mayor, una vez acabada la guerra incivil y tras luchar en las filas del Ejército Republicano. Al parecer, participó en la lucha por la ciudad de Badajoz, donde la contienda dejaría el sello de la muerte y de la estupidez humana. ¿Qué haría él, una vez que “desarmado y cautivo el Ejército Rojo, la guerra ha terminado”.?  En aquella soledad de la derrota, en el infierno que intuiría por sus ideales, el regresar a su pueblo…. El triunfo de los Nacionales… Estaba seguro de que su vida estaba abocada a la cárcel, como mal menor, él que no había hecho mal a nadie, únicamente, ser fiel  a sus ideales.

 

 Así que, una vez finalizada la contienda, consciente de que su vida correría muy serio peligro, lograría alcanzar su casa en la Plaza Mayor de Arroyo, tras dejar atrás un camino de odiseas por las abruptas  montañas de la Sierra de San Pedro,  en pagos de San Vicente de Alcántara, de donde eran oriundos sus padres y abuelos. En esa sencilla casa de Arroyo de la Luz,  pasaría más de quince años ¡más de quince!, que son muchos años, como “un topo”, bajo la compañía de su madre y su hermana.

 

No fue, por supuesto, este “refugio” una estancia de vino y rosas, viviría con la obsesión de su búsqueda, bajo la pesadilla del registro. Ante esta circunstancia, la madre, la hermana y presos del miedo, miedo a las represalias, optaría tras una andadura convulsa bajo la luz de la luna, dar con su casa, donde “viviría”, preso del terror esos largos quince años, ¡quince! Que ya son años. Todo transcurriría sin sobresaltos, salvo cuando cayó enfermó y, para curarlo, habría que recurrir a las entonces, muy en boga, llamadas “sulfamidas”. Como el instinto surge en ocasiones,  lograrían adquirir las medicinas en la farmacia, pero, claro está,  para otros familiares suyos. Todo, naturalmente, envuelto en el mayor de los secretos, hasta el  punto de que nadie de su familia sabría nada del paradero de Juan Pedro León. Nadie.  La madre, la hermana y él  habían hecho un juramentado: “No se lo dirían ni a los demás familiares”. Y así salvaría la vida Juan Pedro, aquel hombre, como tantos otros, en el ruedo ibérico, que se sintieron “topos”. A ellos, les he dedicado un libro:”La España del miedo”, que “The Economis” se haría eco de él.

 

Un día cinco de febrero del año 1976, Juan Pedro levantaría su vuelo, abrazaría a su madre y a su hermana y quizás las nubes  del  febrerillo loco llorarían por Juan Pedro, y su cuerpo recibiría cristiana sepultura. Sus paisanos no daban crédito a lo que acababan de saber y, durante mucho tiempo, junto a las chimeneas, en los seranos, “no se hablaría de otra  cosa”. 


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