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 Santiago Béjar Domínguez antes de ser prestigioso tamborilero había sido saxofonista.  Vino al mundo en la villa jurdana de El Casar de Palomero y pertenecía al clan de “Los Morriñas”, pero, a título individual, él colgaba a sus espaldas el apodo de “Picardías”.  Con sus hermanos Dionisio y Anastasio, a lomos de mulo, recorrían en los años de la posguerra, numerosos pueblos del norte cacereño, formando fraternal orquesta que amenizaba bodas, fiestas y otros eventos tradicionales. Cierto año se dejaron caer en el lugar con motivo de las fiestas del Cristo de la Paz.

 

     No hacía mucho que el vecino Jacinto García Gutiérrez, hijo de Ti Juan García Jiménez y de Ti Josefa Gutiérrez Montero y más conocido por Ti Jacinto “El Cano”, había sido cesado como alcalde de la localidad por el Gobernador Civil de la provincia.  Ti Jacinto, que había nacido en idéntica fecha que el renombrado escritor y periodista deportivo estadounidense Paul William Gallico, allá por el caluroso estío de 1897, no paró más de un año en la alcaldía.  Entró en junio de 1941 y salió en mayo del 42.  Entonces, imperaba el ordeno y mando, o sea, la dedocracia.  Años con muchas mujeres enlutadas, la paz de los cementerios, estómagos vacíos y un miedo cerval a los tricornios del cuartelillo.

 

     Al nieto paterno de Ti Francisco García Montero y de Ti Ana Jiménez se le acusaba de que, en complicidad con el secretario del Ayuntamiento, había ocultado la cantidad exacta del aceite obtenido en los lagares del pueblo en la cosecha de 1942.  La temida Fiscalía de Tasas, en cuyo podrido seno campaba la avaricia y la corrupción, alteraba las cifras y, comprando voluntades, trapicheaba con algunos arrieros, acaparando clandestinamente aceite y revendiéndola en el mercado negro.  Luego, pagaban las culpas los humildes e ignorantes alcaldes de villas y lugares y sus poco ilustrados secretarios.  En la sesión extraordinaria de 8 de mayo de 1942, Ti Jacinto fue cesado y, en su lugar, era nombrado alcalde por el todopoderoso dedo del Gobernador Civil el vecino Juan Montero Sánchez, el que pasó a la historia local como Ti Juan “El de las Perras”.

 

     Regentaba el paisano una taberna en la población.  Aquella noche de San Blas, según me refirió varias veces Santiago “Picardías”, “habíamuh ya dau de manu loh mih hermánuh y yo en el baili, que ya eran lah tántah de la nochi, y moh cogieron pol banda loh quíntuh y moh jizun dil de ronda pol el puebru. Juímuh a la taberna de Ti Jacintu “El Canu”.  Argúnuh diban ya bien calamocánuh, que llevaban una pítima que no se tenían”.  Y Santiago, el “judío” de El Casar, me seguía relatando que, en cuanto los vieron llegar, atrancaron la puerta de la tasca.  Pero los quintos metieron enseguida una palanca, de la que siempre iban provistos en las rondas, y forzaron la puerta.  Y allí se encontraron con un espectáculo increíble en aquellos años de cilicio y cinturón de castidad.  “Únuh señorónih forahtéruh, c,andaban más borráchuh que loh quíntuh -continuaba narrando el músico-, tenían allí una tía mediu corata.  Sigún supímuh dihpué, habían obrigau a Ti Jacintu a que leh pusiera un barreñu de pécih ehcabecháuh y a que leh sacara un quesu en aceiti.  Era genti de Prasencia o de Coria, ya no m,acuerdu, peru de muchu mandu y muchu pesu.  A la tía l,habían embalagau.  Era una pájara de muchu cudiau, c,ahabía andau pol ésush múnduh de Dióh jaciendu de tó ménuh cósah decéntih y había vueltu al su puebru, a Marchagá.  Ehtuvu dánduli masájih a unu de loh señorónih, qu,era máh gordu que un lichón, allí mehmu, que s,acibarró boca abaju encima d,únah mésah de la taberna y ella paecía la lichona de Muéah.  Cuántih que moh arrimámuh a la barra, tiró de pihtola unu que tenía un bigotín y ¡mecagüen la puta de báhtuh”, loh quíntuh salierun a chapéhcu, que perdían el culu, y loh mih hermánuh y yo cogimuh a toa hóhtia y moh juímuh a la posá”.

 

     Años en que España se había sumido, de nuevo, en tenebrosas épocas medievales y propias de la Inquisición.  Pero la corrupción, el cohecho y la depravación seguían su aberrante camino.  La férrea censura de aquellos tiempos echaba candados en las bocas y el silencio lo imponían los fusiles.  Cuando murió el dictador y arribó la pactada y enclenque Transición, comenzó a perderse el miedo y el personal dio libertad a sus lenguas para rememorar viejos asuntos.  Ti Jacinto “El Cano” y Tío Santiago “Picardías” (en El Casar de Palomero, el trato era el “Tío” y no el “Ti”), como tantos otros de aquellas cenicientas épocas, fueron, a la fuerza, mudos testigos de ignominias, calamidades y desafueros.

 

     El Gobernador descabalgó, en un santiamén, a Ti Jacinto de la alcaldía.  Al parecer, el paisano amenazó con contar y cantar las tres verdades del barquero y se lo quitaron del medio.  En estos días, mientras otras fuerzas políticas están mandando con viento fresco a cualificados militantes que fundieron los cajeros sacando retahílas de billetes, el PP, la derecha de siempre, montaraz y derrochona, no se atreven con Rodrigo Rato y Figaredo, el que fuera omnipotente y omnipresente vicepresidente económico de Aznar y director general del FMI.  Con su opaca tarjeta, Don Rodrigo Rato, y no Díaz ni de Vivar, se gastó por todo el morro miles de euros que no eran suyos en joyerías, camiserías, zapaterías, farmacias, supermercados, fruterías, restaurantes, tiendas de instrumentos musicales, ferreterías, tiendas de congelados, gasolineras, peajes, balnearios, taxis, floristerías, clubes de golf, ordenadores, casinos, tapicerías, jugueterías, alquiler de coches, bolsos, accesorios de equitación, peluquerías (y eso que su cabeza es ya toda una pista de aterrizaje), hoteles, billetes de avión y de tren, espectáculos y hasta entregó un buen puñado de maravedíes a la obra benéfica “Charitable and Social Services” (¡vaya manera de practicar la caridad con el dinero de otros!).  Tal vez para conjurar el desfalco que estaba cometiendo, adquirió en el comercio “Santarrufina” objetos religiosos por valor de 2.439 euros.  Como muchos derechistas biennacidos, con una mano dándose golpes de pecho y con la otra afanando los bienes ajenos.  Hasta tuvo la desfachatez de gastarse 3.547 euros de una sola tacada en bebidas alcohólicas.  Suponemos que la tranca que se agarraría sería de órdago.

 

     Advierten altos mandos del PP que no se puede criminalizar a don Rodrigo sin haberle escuchado.  Pero lo que muchos temen es que, si se le hace pasar por las horcas caudinas, se vaya de la lengua y quede en pelotas a más de dos a cuenta del caso Bárcenas.  Parece ser que el que masajeó tanto billetes puede masajear también la memoria de otros de su misma calaña y de sus mismas banderas y ponerles en camino del trullo.   En esa carrera del envilecimiento, no le hace sombra, entre largas docenas de degenerados y sinvergüenzas, otro que tal baila, que masajeó 223.900 euros para recibir, entre otras muchas cosas, sofisticados masajes de manos, al parecer, de damiselas capaces de resucitar a los muertos.  Nos referimos a Rafael Spottorno Díaz-Caro, el que fuera Secretario General de la Casa del Rey, Director de la Fundación Caja Madrid y, finalmente, Jefe de la Casa Real.  Ejemplar y discreto servidor del ciudadano Juan Carlos de Borbón, aparte de un lector incansable de ensayos biográficos; amante de Verdi, Beethoven  Bach; consumado encuadernador y, como toda la “beautiful people”, gran aficionado al golf.  Así lo describen algunos.  Pero el sobrino del filólogo y pensador José Ortega y Gasset, al decir de otros, es un viejo sabueso, pájaro de no muy buen agüero y con cierta fama de avaro (dimitió de la canonjía de la Fundación Caja Madrid cuando le quitaron los “bonus” de los que, ilegalmente, era beneficiario).

 

     Ti Jacinto “El Cano”, nieto materno de Ti Pedro Gutiérrez Domínguez y de Ti Ana Montero Hernández, al igual que Tío Santiago “Picardías”, no llegaron nunca a ricos y se quedaron, tal vez, con las ganas de que los masajaera aquella libertina moza de Marchagaz.  Sin embargo, el amigo Spottorno utilizó su más que opaca tarjeta para alquilar asedadas manos masajeadoras y para amasar una más que regular fortuna, aunque a mucha distancia de la que cuentan que ha atesorado el ciudadano al que sirvió con fidelidad perruna.  Y es que las arcas del nieto de don Alfonso XIII, igualmente hábil masajista de billetes con su efigie, según el periódico The New York Times, alcanzan la cuantiosa suma de 1680 millones de euros actualmente,  cuando, según dicho diario, estaba a dos velas y a verlas venir en el momento en que subió al trono por decisión de aquel también opaco y sanguinario dictador.

 

     El déspota Francisco Franco cayó para no levantarse más (aunque son legión los que lo desearían) en 1975.  En vez de enterrarlo en el camposanto de El Ferrol, su pueblo, como todo hijo de cristiano (aunque sus hechos le invalidaran considerarse así en vida), sus restos siguen en el mausoleo del Valle de los Caídos, al lado de muchos republicanos a los que odió a muerte y a los que masajeó letalmente.  Toda una ignominia.  También se nos fue ese mismo año Ti Jacinto García Gutiérrez, sin alharacas, y hoy descansa en paz junto a su mujer, Ti Cecilia Martín Montero, en un modesto cementerio.  Víctima fue también él, siendo alcalde, de los masajistas putrefactos y perversos, aquellos que si no pagan ahora, no tardarán mucho en hacerlo.  Ya han comenzado a soplar los vientos por barlovento.

     


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