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 A Antonio Alonso Gómez lo llamaban “Caralho Saboroso” y decían que las mujeres se lo rifaban.  Pero él no salió toda la vida del oficio de pastor.  Siendo cuarentón y viudo, marchó de su pueblo, Aldeia do Bispo, en la fregresía portuguesa del concelho de Sabugal, y vino a caer por Pozuelo de Zarzón, donde se ajustó como “rabán” (rabadán).  Pastoreando por aquellos términos del Valle del Alagón, cautivó con sus melosas palabras a una moza bien parecida: Juana Sánchez Morán, de 24 años, y le preparó un muchacho.  Así vino al mundo Rosendo Alonso Sánchez en la efeméride de San Fridolino y Santa Atanasia, bajo las ventoleras de un marzo de 1911.  Nieto por el lado paterno de los portugueses Juan Alonso y Bernarda Gómez, y por el materno de Valentín Sánchez y Victoriana Morán Iglesias, vecinos de aquel pueblo que ya sacaba pecho en sus montes de “La Tomillosa”, “La Bardera” o “El Tesu Pelau”, escalonando el terreno hacia las linderas montañas de la Sierra de Gata y de Las Hurdes.

 

     En sus venturas y desventuras pastoriles y amorosas, Antonio Alonso, que debía gastar un miembro viril muy apetecible a tenor del mote que ostentaba, mudó de términos y de amos y acabó haciendo vida marital con Polonia Floriano Cabezalí.  A ésta le dio otra hija natural, por nombre Gregoria, que llegaría a ser conocida en el lugar con el apodo de “La Remellá”, nieta materna de Ti Francisco Floriano Caletrío y de Ti Josefa Cabezalí Fuentes.  Cuando a Polonia y a Antonio los llevaron entre cuatro camino del camposanto, Gregoria y Rosendo, hermanastros, permanecieron siempre juntos y solteros en la misma casa.  Las lenguas retorcidas comentaban que dormían en la misma cama y referían otros secretos a voces.

 

     Recuerdo, en mis adolescencias, de haber mantenido una enjundiosa conversación con Rosendo.  Andaba, con su perrita y su “pinchi de jierru”, tras los lagartos ocelados, bocado apetitoso y que mi madre se los solía comprar a veces, cuando, decapitados y desollados, parecían blanquísimos idolillos de épocas prehistóricas.  Era verano y caía un sol de plomo sobre aquellos parajes de “La Naviguerra”. Nos sentamos sobre un cancho, a la sombra de una carrasca.  Rosendo me habló de una guerra que dejó en las cunetas y en los barrancos miles de muertos, donde todavía siguen la mayor parte de ellos, y de los años oscuros y tenebrosos de la posguerra.  Había que subsistir y más de una vez fue acusado falsamente de meter la mano en corral ajeno.  Supo de las visitas al cuartelillo de Ahigal y de cómo se las gastaban aquellos viejos tricornios a los que rimó Federico García Lorca: “Jorobados y nocturnos,/por donde animan ordenan/silencios de goma oscura/y miedos de fina arena”. 

 

     “Solu voté cuando la República –me decía.  “Yo, de siempri eché el votu en la urnia pa loh socialíhtah; eh que me apaecían a mí cumu loh que máh defendían el pan del jornaleru; la genti baja ehtábamu tóh con loh socialíhtah.  Tamién ehtaban loh republicánuh y loh de la CNT, peru a mí me se jadía que me caían máh en gracia loh socialíhtah.  Teníamuh la Casa del Pueblu pal barriu de `Lah Cuátru Cállih` y loh que llevaban la vó cantanti eran Ti Miguelitu y Ti Frorenciu `Él Ahtragalu`”.  Lamentablemente, Rosendo, el buen amigo, no pudo votar en las primeras elecciones democráticas tras la dictadura franquista.  Me relataba que tenía gran ilusión de votar a “Gelipi Gonzali, qu,ési eh un socialíhta de loh del puñu cerrau y en altu”.  Pero el 17 de octubre de 1976, celebrándose a San Catalvo y Santa Mamelta, vino la Sin Carne con la guadaña y lo afeitó en un momento.

 

     Mejor que Rosendo hubiera caído en el combate por la vida antes de escuchar aquello de “prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York que de aburrimiento en las seguras calles de Moscú”, que soltara Felipe cuando su socialismo ya hacía aguas por muchas partes.  Se le empezaba a ver el plumero, optando por el inhumano capitalismo antes que por una economía social que distribuyera de forma equitativa la riqueza.  Tanto codearse con magnates, aristócratas y purpurados, que, al final, cuando el sevillano pasó a la categoría de “ex”, se enfebreció creando sociedades y fondos de capital de riesgo, cobrando conferencias a precio de oro y aupándose a consejero de Gas Natural.  Incluso no tuvo empacho en asesorar a Carlos Slim, el segundo hombre más rico del mundo.  Amasó toda una fortuna y comenzó a llevar una vida lujosa.  Nada que ver con aquel ambiente obrero del barrio sevillano de Bellavista, donde él se crió y donde sus padres regentaban una humilde lechería.

 

     Hasta estas tierras nuestras, las del Oeste hispano, llegaron sus áureos doblones y, como destacado miembro de la alta sociedad, añadió a sus muchos inmuebles una finca rústica en las cercanías de Guadalupe.  Finca de nombre “El Penitencial”, de 120 hectáreas, y no para destinarla a penitencias y ejercicios espirituales en estos tiempos de Cuaresma, sino para encuentros de alto copete, con personajes como Juan Carlos de Borbón, el exbanquero Mario Conde  o las hermanas Koplowitz.  ¡Cuántas frustraciones creadas entre las bases socialistas, a las que incendiaba con sus discursos allá por los años 80 del pasado siglo!

 

     Rosendo hizo muy bien en morirse apenas cumplir los 65 años.  Así se ahorró el tener que tragar sapos y culebras y sentirse traicionado con el que ahora se dispone a defender a dos golpistas de tomo y lomo: Leopoldo López, exalcalde de Chacao, y Antonio Ledezma, alcalde de Caracas.  A los dos se les acusa de ser los máximos responsables de las algaradas que incendiaron Venezuela el pasado año, con el resultado de más de 40 muertos.  Ahí lo tenemos, al que pasó de la pana al corte italiano dispuesto a sacar de apuros a quienes torpedearon, azuzados por el todopoderoso imperialismo estadounidense, unas instituciones y unos gobernantes democráticos y elegidos libremente por el pueblo.  He aquí al que muchos señalan como el “Señor X” subido al mismo barco que José María Aznar, el expresidente chileno Sebastián Piñera u otros sujetos de la más rancia derecha, que andan pidiendo a voces sanciones internacionales contra Venezuela.  Da que pensar que todavía haya socialdemócratas, que no socialistas, que defiendan su oronda figura.  Y da que pensar que también ahora se unan como una piña PP y PSOE para impedir la reprobación en las Cortes de la tercera pata del banco de las Azores, o sea, de José María Aznar López, por sus sucios negocios con el dictador libio Muamar Muhamad Abu-miayar el Gadafi, como ha pretendido la Izquierda Plural.  ¿Acaso busca el bipartidismo taparse mutuamente sus lacras y sus lepras y amnistiarse a sí mismo utilizando sectariamente la omnipotente mayoría que les dan sus votos?  ¿Qué juego se traen entre manos…?

 

     El pobre de Rosendo, siempre enjuto y enclenque y con alifafes dimanados de una guerra que las derechas apoyaron a muerte, subsistió conforme pudo.  Por no tener, no tenía ni un carajo sabrosón como dicen que gastaba su padre.  Solo cargaba con su soltería a cuestas y con una bicicleta con la que desfilaba muy bizarro y farruco en la procesión de San Cristóbal, delante de coches y camiones.  Pero él creía en el socialismo, no en esa socialdemocracia que ha obtenido, hace cuatro días, una victoria pírrica en Andalucía y sobre la que pende, tanto o más que sobre la derecha, la espesa sombra de la corrupción.  Rosendo creía en un socialismo que habría de redimir a los desheredados, en un socialismo republicano que debería hacer causa común con los que estaban en la misma trinchera, aunque sus banderas fuesen tal vez rojinegras o más rojas, porque el enemigo a batir es el mismo.  En un socialismo, en definitiva, que fuera el martillo pilón de los ricos avarientos, porque, como bien decía el pensador indio Mahatma Gandhi, “todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres”.  ¡Y es que ya está bien que mientras unos se mueren de indigestión, otros se mueran de inanición!


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