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VESTALES PARA GUTIELMUS

OPINIÓN
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Cuánta historia guardas Emérita Augusta, humedecidos tus labios por el carmín del Guadiana, que enseñorea su curso lentamente, para admirar los tesoros que guardas, ese acueducto de los Milagros y el de San Lázaro, el arco de Trajano, El Teatro, El Anfiteatro, Las Termas, los puentes del Guadiana y Albarregas… Tú y tus creadores derramando monedas de soles y lunas por esa ciudad, donde quizás un siglo, no sabemos cuál, el hombre se detuvo, como una estatua, para proclamar, a los cuatro vientos, las deidades romanas, la desprendida belleza surgida de  la mano de los hombres. Cuánto cuesta no cantarte canciones de gesta, no admirar al hombre en su creación y ver como abres los libros de horas de tus joyas, para que tu río misterioso deje sobre tus puente un Cicerón que proclame al viento tu grandeza, la que miramos y admiramos, gozosos y sin cansancio de las pupilas, ahora que los hijos de los hombres, han abierto la hucha de síes y  noes para iniciar una nueva singladura política.

 

Sí, con buen criterio, Gutielmus – en latín – F. V. ( Guillermo Fdez Vara) quiso igualarse con el pueblo, en un acto sencillo, de palabra llana, cuando pudo escoger el Anfiteatro y, como un actor de la función pública, dejar entre el susurro de las piedras, el vocablo mayor de la política y lo dejó, porque nadie sobresaliera, en una sencilla escena en el Gran teatro del Mundo.

 

Cómo debe pesar la historia depositada en el banco mayor de los sueños,  estas piedras encendidas, abiertas a la  magnificencia del arte y a la solidez de la política, ante las nereidas, ninfas del agua, Sibila de Cumas… Mérida, fundada por Augusto para el retiro de sus soldados, tu puente de hierro, ciento treinta años, diseño del ingeniero artístico, Willian Finch, donde el tren le canta coplas al enigmático Guadiana. Sobran maravillas – no se sacia el hombre – para dejar los pasos  sobre estas piedras de ninfas,  Emérita grande.

 

A veces, por la rutina, no nos detenemos a leer las letras mayores de la Historia y, seguir un trecho recto a la sencillez de vivir con un adiós y con Dios, sin alterar el ritmo y armonía  de esta ciudad. Gran historia que seguirá escribiendo Gutielmus,  – sí, en romano-  praesidere o, lo que es lo mismo, “sentarse al frente”. Y, para ello, cuenta con tres vestales,  sacerdotisas, lejos de la diosa del hogar Vesta, abiertas a la modernidad del Siglo XXI, Pilar, Isabel y Esther. Ante ese fuego sagrado en Roma y, por qué no en Emérita Augusta,  Alea jacta est o, dicho en castellano: “la suerte está echada”.

 


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