Digital Extremadura

NO ME GUSTAN LAS ESTACIONES

OPINIÓN
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Aquella noche, de madrugada, sentada sobre un inhóspito banco de madera en la sala de
viajeros de una pequeña estación de provincias, yo veía a las sombras bailar,
entremezclarse y jugar las unas con las otras. Íbamos a un campamento de verano en la
montaña y era mi primera salida del ambiente familiar, habíamos cumplido los quince
años. Estábamos en julio y notábamos frío.

Hicimos transbordo en aquel pueblo, supongo que por ahorrar unas pesetas de las de
antes, o por despiste (vaya usted a saber) y esperábamos a un tren que se demoraba.
Había relente aquella noche, desnuda y sola, en aquel lugar extraño para nosotras, niñas
con imagen de adolescentes, muertas de sueño y de cansancio.

El tren apareció por fin y lo tomamos para llegar, al cabo de un tiempo, a nuestro lugar de
destino: una hermosa finca al lado de un río chiquito con aguas heladas fruto del deshielo
de la nieve; llena de árboles frutales por dentro de la tapia circundante, testigos discretos
de nuestras confidencias durante aquellos veinte días. Recuerdo, con claridad, cómo allí,
acostada ya sobre una cama verdadera, en una enorme habitación de muchas, lloré con
desconsuelo. Sin saber muy bien por qué. Recursos del subconsciente (supongo) para
liberar ansiedades.

Así que si me preguntan les digo que no me gustan las estaciones. Esos lugares de paso
por los que, generalmente, deambulan personas que no se conocen, que llevan la prisa
por llegar, o la tristeza por irse, en la mirada. Estudiantes con maletas o soldados con
macutos en el hombro. Ejecutivos y carteras. Cantinas y aseos de paredes
pintarrajeadas ..

En los pueblos pequeños no hay estaciones. Y eso les beneficia. Las sustituyen las
llamadas Paradas, hechas de ladrillo o cristal plastificado, en las que los viajeros esperan,
con parsimonia, a que el coche de línea entre al pueblo. Unos coches que, en mi infancia,
eran viejos y renqueantes. Pertenecían a personas concretas con nombre y apellidos, de
esas que te puedes encontrar por la calle en cualquier momento. Nada de empresas
anónimas o sociedades limitadas. Todo muy «del tú por tú». Había terminado la guerra
veinte años atrás y el país se desperezaba lentamente, aunque nosotros no lo
percibiéramos, pues ya se sabe que el más cercano es el último en enterarse…Y hasta
éramos felices con nuestras cosas: excursión familiar los domingos al bosque más
próximo y viaje a la casa de la abuela en el verano, recogida de moras en los propios
zarzales, juegos en las eras entre los trillos y correteos libres por el campo…

Muchos años después de todo cuánto digo, conocí a un responsable de estación al que le
gusta su trabajo y pude mirar, por sus ojos, las estaciones de otro modo: desde el punto
de vista de las necesidades de una población ambulante que usa el transporte público. De
la razón de su existencia y la de sus recursos. Hablamos mucho de interconexiones
modales, de áreas logísticas, de zonas de carga y descarga, de aparcamientos…Y hasta
de cultura…Para Cáceres.

Y es que, claro, para entonces la manera de vivir había cambiado radicalmente. O eso
creía yo… 


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