Digital Extremadura

EL ROSTRO DE LA MISERIA

OPINIÓN
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La mujer tenía la cara cubierta. Estaba sentada en el suelo, la espalda contra la pared del gran
edificio histórico de la ciudad. En una de las calles céntricas de Cáceres. Yo pasaba deprisa y de
repente me llamó por mi nombre. Me volví sorprendida.

-Si, Carmen, soy yo. Mira cómo me veo, mis hijos tienen que comer. Me da vergüenza, pero no
me queda otra.

En nuestra responsabilidad como regidores la habíamos ayudado muchas veces a lo largo de los
cuatro años previos. La vida no le era fácil. Sin embargo, nunca antes la habíamos visto mendigar.
El corazón se me aceleró. Ya no estábamos en el ayuntamiento. Me sentí totalmente frustrada.
Por entonces el número de personas pidiendo una limosna por las calles había aumentado.
Siempre las hubo, es cierto. A pesar de que los servicios sociales y la policía local se empleaban a
fondo para sacarlos de su situación y llevarlos a algún lugar de acogida digno, algunos se
rebelaban. Sin dejarse convencer al considerarlo un ataque a su libertad personal. Pero en los
cuatro años que siguieron al 2011 todo se hizo muy evidente. Ha sido, sigue siendo, la otra cara
de esa crisis que se niega a huir de los entornos, más o menos cercanos a nosotros. A pesar de
las declaraciones rimbombantes de algunos políticos.

Porque, amigos, sucede que la macro y la micro economía pocas veces van de la mano. Y así
viene a ocurrir que mientras los estratos poblacionales más bajos han llegado a perder un 25% de
sus ingresos, la élite capta la mayor parte del crecimiento de un país en el que los recortes que
buscan esas estupendas cifras de los argumentarios han logrado que seamos mucho más
desiguales y que la fractura social se haga fuerte entre nosotros.

Tengo para mí que ahora, y aprovechando que tanto se habla de pactos post-electorales,
debieran organizarse, lo primero de todo, unos Pactos por la Dignidad. De las personas, claro. De
las instituciones, también. Contra los Juegos del Hambre. Porque la problemática social sigue viva
y no desaparecerá si no se la atiende adecuadamente con medidas mucho más complejas que
cualquier actividad emprendida por particulares llenos de buena fe. Y hasta es posible que,
desesperada, busque soluciones mucho más radicales que las del 15 M. Señores míos, de tan
tozuda cómo es la realidad, está ahí para mostrarnos que, comparando las cifras entre los años
2008/2014, los niveles de desigualdad en España son superiores a los de las primeras legislaturas
de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, con todo lo que las medidas restrictivas de estos dos
mandatarios significaron en sus respectivos países.

Explican los expertos que durante los periodos de crisis los mercados y las oligarquías,
acompañados de un pensamiento dominante perfectamente planificado, consiguen hacer «de su
capa un sayo», aprovechando el mal clima económico existente. En momentos de inseguridad
manifiesta de los mercados de trabajo unas élites privilegiadas son capaces de «capturar» las
instituciones y «obligarlas» a ejecutar lo que a una minoría social le conviene. Sin malas
conciencias. Del estilo de las de quienes, manejando un ordenador capaz de mandar bombas
desde 11.000 metros de altura, lo viven como una pelea cualquiera contra marcianos chiquitos en
una película virtual.

Tal vez si la universidad tomase el timón de algunas cosas, algo cambiaría. Pero, inercial, sigue
enseñando ideas económicas que la realidad ha mostrado equivocadas. Algo así, como si la física
de Newton siguiera siendo la teoría imperante en épocas de relatividad de Einstein y otras
cuestiones al uso.


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